lunes, 1 de marzo de 2021

Utopía, Tomás Moro

Me alegro de que la forma de Estado que yo deseo para todo el mundo la hayan hallado los utópicos, quienes, gracias a las instituciones que han creado, han construido no solo la más próspera de las repúblicas, sino también la más duradera, en cuanto pueden predecir las humanas conjeturas. 

Con esas palabras termina prácticamente la narración de Rafael Hytlodeo, personaje que usa Tomás Moro (arquetipo del perfecto humanista, pues a un tiempo fue abogado, teólogo, hombre de negocios y hombre de Estado) para detallarle al lector las bondades del estado perfecto en Utopía, obra publicada en 1536, y que constituye un magnífico escaparate de las creencias y convicciones personales de Moro (muy renacentistas, por supuesto) acerca de política, justicia, religión y moral.

En cuanto a estructura, la obra consta de dos partes. El Libro I se inicia con una supuesta carta de Tomás Moro a Pedro Egidio (amigo e interlocutor suyo durante su estancia en Amberes, ciudad donde se supone escribió su descripción de Utopía) y continúa con un diálogo sobre cuestiones de índole política, económica y civil encuadradas en un marco filosófico, que no dejan de ser críticas veladas (o no tan veladas) a la Inglaterra de su tiempo. Tomás Moro carga, sin que le tiemble el pulso, contra el sistema de clases, la corrupción judicial, política y religiosa y, sobre todo, contra la opresión del pueblo.

En el Libro II, el personaje Rafael Hytlodeo (nótese lo significativo del nombre: Rafael=ángel, Hytlodeo=narrador de fábulas o espíritu visionario) detalla al lector todos sus conocimientos acerca del maravilloso estado de Utopía (nombre inventado por el propio Moro y cuya etimología no está del todo clara. Está claro que procede del griego, pero podría derivar de u topos, equivalente a "ningún lugar" o de eu topos, que vendría a ser "lugar bueno"), lugar donde permaneció durante cinco años y que encarna a la perfección la mayoría de valores de la más pura república platónica. La abolición de la propiedad privada en pos de un bien colectivo, la supresión del dinero (garantizando las necesidades básicas de todos los ciudadanos), el poder limitado de los gobernantes (elegidos por sufragio popular) y la libertad de credo serían las características principales de esta sociedad ideal, a las que se añadirían una jornada laboral de 6 horas (excepto para los esclavos y los siervos) y una moral rígida pero hedonista (muy similar a la moral cristiana, faltaría más, pero librándose del escollo del celibato clerical, que molestaba bastante a Moro). Se dice de ella que es una sociedad pacifista, pero en realidad lo que ocurre es que los utópicos no se manchan las manos de sangre, sino que contratan a mercenarios extranjeros para que les hagan el trabajo sucio. Así que pacifistas, lo que se dice pacifistas... no lo veo yo muy claro. 

Leí esta obra por primera vez allá por la primavera del año 2000, en mi primer año de carrera. Muy idealista y muy revolucionaria yo por aquel entonces, me pareció una idea excelentísima (ay, bendita inocencia) aunque el excesivo celo moralista ya me molestaba. Aun así, imperfecta y simplista, ya enuncia con claridad meridiana la posibilidad de eutanasia y la libertad religiosa, con algunas restricciones, pero al fin y al cabo libertad ("nadie debe ser molestado a causa de su religión"). Quién pudiera ser aquella niña que leía las páginas de Utopía sentada en las escaleras de la biblioteca Antonio de Nebrija...

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