miércoles, 4 de noviembre de 2020

Los días humillados, de Rubén Castillo


¿Me vais a matar?

Este es el eco, implacable y demoledor, que me resuena en la cabeza y en las entrañas tras leer Los días humillados, de Rubén Castillo, editada por Murcialibro allá por diciembre de 2016.

Un empresario vasco secuestrado por ETA, un zulo, dos captores con nombres vasquísimos, un rescate, un tiempo que se agota... ¿Os suena, verdad? (Quini, Ortega Lara, Miguel Ángel Blanco, etc.) La trama de la novela no es entonces difícil de imaginar. Terrenos escabrosos y peligrosos donde no muchos se atreven a entrar y menos todavía salen airosos. El Sr. Castillo lo ha conseguido. Ha logrado conjurar en 101 páginas el miedo, la angustia, la oscuridad, de una de las épocas más negras de nuestra historia reciente: el terrorismo de ETA.

Con un único escenario (el zulo, opresivo, maloliente) y tres personajes (Jose María, la víctima, y Julen y Patxi, los perros guardianes que vigilan su reclusión –dejando aparte a Idoia, siempre ausente pero siempre presente, encarnando por un lado la divinidad para los gudaris, el terror para los demás) el autor persigue como objetivo centrar el conflicto mediante la oposición, dialéctica y psicológica, de ambas perspectivas. Por un lado, y por boca de los secuestradores, nos transmite el alegato propagandístico de la banda terrorista, la historia de su nacimiento y algunos acontecimientos importantes, su repugnante código moral, sus consignas, etc. («No fue un asesinato. Fue una ejecución, Txema. Una ejecución dictaminada por el pueblo», pág. 75) Por el otro, la perspectiva de la víctima, que aglutina la incomprensión, la desesperación, la rebelión, el miedo que consume, de aquellos (vascos y no vascos) que no les bailan el agua y, compartiendo o no ideario nacionalista, no se tragan sus ruedas de molino («Todo lo que representáis. Vosotros sois una inmoralidad», pag. 64. «Nadie debería mostrarse orgulloso de matar», pág. 80). En el vértice de ambas perspectivas se nos muestra claramente el cisma que ETA ha supuesto en la sociedad española, pero más aún en la vasca (mirad si no la historia de la familia de Patxi).

¿Y cómo articula el Sr. Castillo este combate de argumentos? ¿Cómo logra que entremos en la mente de ambas caras de la moneda y queramos comprender? Con un narrador externo prácticamente inexistente (puede que tributario de Espinosa, que nos mostraba los hechos en lugar de relatarlos), se vale del diálogo, magistral y soberbio (que es más bien monólogo por parte de los etarras, porque el secuestrado apenas responde, y porque a fuerza de repetir uno ciertas cosas en voz alta parece que se las cree más) y del intenso, duro pero precioso monólogo interior de la víctima. Aparte, y yo insisto, esa forma que tiene de transmitir las percepciones sensoriales es merecedora de aplauso. Te mete dentro del zulo y no te das cuenta hasta que al salir notas que ya te iba faltando el aire. La tangibilidad de las percepciones sensoriales en la literatura de Rubén Castillo, ya lo estoy viendo...

Una vez más, el coleccionista de mariposas demuestra, con su prosa ágil, su vigor narrativo y su tremenda intensidad dramática, su calidad como escritor en esta novela asfixiante y dura, pero dotada de una verosimilitud impresionante. Demuestra, además, con esta obra, que es un escritor valiente, tanto por abordar un tema tan complejo y lacerante, como por la forma en que lo ha hecho, dando voz explícita a lo que casi nunca nos cuentan sobre ETA.

Matadme, matadme ya. Matadme, por Dios. Matadme. Esas son las palabras de un hombre que se ha rendido. Dignidad arrebatada. Desesperación. 

Nota: puede parecer de lectura fácil, pero tomaos vuestro tiempo. Leedla despacio y empapaos de ella.

 

 

1 comentario:

  1. Muchas gracias, Aurora. Como me ocurrió cuando me tuve que documentar sobre los nazis, la etapa de ETA me provocó tanto asombro como arcadas. Pero quería contar esta historia así: desde dentro. Desde los dos dentros.

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