Siempre he pensado que, al final, lo que nos mueve a las personas es el amor en cualquiera de sus dimensiones, que es nuestra capacidad infinita de amar lo que nos hace humanos. Sin embargo, también soy consciente de que para quien no conoce más que la oscuridad resultará muy difícil –si no imposible– ser portador de luz. La bondad y la maldad, en muchas ocasiones, no son más que cuestión de posibilidades. Como bien dijo el autor Ismael Orcero en la presentación de su última obra, Deuda de sangre, ser bueno o malo depende de en qué lado de la montaña hayas nacido. En la novela que acabo de terminar, su autor, Javier Menéndez Flores, explora de forma interesante los conceptos de bondad y maldad, bucea en las entrañas de lo que impulsa al ser humano, de lo que se convierte en el leitmotiv de su trayectoria personal.
Todos nosotros (Planeta, 2020), de Javier Menéndez Flores, ganadora de la edición de 2021 de Cartagena Negra, tiene un comienzo muy potente, como todo buen thriller policiaco. Madrid, finales de 1981, Transición y movida estrenadas hace relativamente poco tiempo. Una joven que andaba desnuda por la calle es víctima de un atropello mortal. La familia de la chica había denunciado su desaparición la semana anterior. La autopsia revela lesiones y traumatismos anteriores al accidente. Otras dos jóvenes de edad similar andan también desaparecidas. ¿Hay alguna conexión entre las tres desapariciones? La Brigada Regional de Policía Judicial se las verá y se las deseará para encontrar hilos de los que tirar para averiguarlo y tratar de encontrar a las jóvenes. Los inspectores Diego Álamo, prácticamente recién llegado a la Brigada, y Roberto Guzmán, devoto de la vieja escuela, se verán obligados a armonizar nuevos métodos y prácticas arraigadas y cooperar para atrapar al criminal en la sombra. Junto con otros dos inspectores incorporados al caso, la última y fría mañana de aquel año harán un descubrimiento de desagradables consecuencias. Fin de la primera parte. La segunda comienza veinte años después, en 2002, con un Diego Álamo en el puesto de inspector jefe en la misma brigada, y dos inspectores de sangre joven, Mateo Guzmán y Sara Segura. Otra vez desapariciones de veinteañeras. Las viejas heridas de Álamo volverán a abrirse, pues su instinto le dice que el despiadado criminal que casi acabó con su vida dos décadas atrás ha regresado a la palestra. Junto con Sonia y Mateo, hará todo lo posible para dar caza al desalmado que experimenta con los límites del dolor y la maldad más absoluta. ¿Lograrán atraparlo y rescatar con vida a las incautas víctimas? El final es impactante, se lo aseguro.
Para las dos líneas temporales de la trama, Javier Menéndez Flores opta por un narrador omnisciente que alterna capítulos enfocados en la investigación con capítulos más breves que, en la primera parte, relatan la angustia de una de las chicas secuestradas y detallan la depravación y las vejaciones a las que se ve sometida y, en la segunda, le ofrecen al lector la perspectiva del psicópata y el placer que este obtiene del sufrimiento ajeno. Excelente técnica para aportar dinamismo a la obra. Por otro lado, la contextualización sociopolítica de la misma es soberbia, sobre todo en la primera parte, donde el lector podrá "escuchar" canciones que nacieron en aquel momento, programas de radio o de la televisión de aquella época y noticias sobre el panorama de aquel entonces. Está claro que Javier Menéndez ha sabido construir una buena novela, de esas que incitan a lector a devorar página tras página, manejando con solvencia personajes y suspense.
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