domingo, 5 de diciembre de 2021

La estancia, de Pedro Brotini

La progresión armónica de las notas de  cuerda del Canon en re mayor de Pachelbel se adueña del ambiente del salón. Al otro lado del cristal de la ventana sopla el viento helado de una fría tarde de diciembre, pero yo siento una agradable calidez en las yemas de los dedos y en los pliegues del alma que solo proporcionan los momentos mágicos. Algún espíritu que me tiene en alta estima (y al que estoy profundamente agradecida) ha decidido hacerme el precioso regalo de disfrutar de las últimas páginas de La estancia, de Pedro Brotini, con el acompañamiento de una de las piezas musicales más hermosas del mundo. Magnífico colofón para una obra que ha acariciado algunas de las fibras más sensibles de mi yo y me ha vuelto a hacer soñar.

En La estancia, publicada en el año 2017 bajo el sello de La Fea Burguesía, Pedro Brotini vuelve a hacer uso de una prosa cuidada, delicada y elegante para hacer al lector partícipe de una historia repleta de emoción, ternura y sueños por cumplir donde queda más que patente su profundo amor por la literatura. En ella, el camino de Irene, una mujer que tuvo que renunciar a sus ilusiones de futuro debido a uno de esos quebrantos que a veces la vida nos depara, se cruza con el de Aurora, una anciana peculiar cuyo objetivo en los años que le restan es ver culminado el propósito de su marido, fallecido hace unos años. Ese propósito conecta la trama en tiempo presente con una línea argumental del pasado, que trasladará al lector al verano de 1816 en Suiza, concretamente a Villa Diodati, donde tuvo lugar una reunión que marcaría un hito en la historia de la literatura. Los asistentes a esa reunión fueron nada más y nada menos que Lord Byron, Percy B. Shelley, Mary Shelley y John Polidori, entre otros. Puede que de ese erudito concilio nacieran dos de las mejores obras literarias que ha conocido la humanidad. El título de una de ellas es célebre en el mundo entero (al lector no le costará demasiado averiguarlo), pero, ¿y la otra? La labor de nuestras protagonistas, Aurora e Irene, será precisamente indagar acerca de esa joya que nunca llegó a ser conocida. El resto... tendrán que leer La Estancia, por supuesto, para averiguarlo.

Dicen que la mitad de una obra la crea el autor, y la otra mitad la aportan los lectores. Siendo así, el resultado de la conjunción de Pedro Brotini y esta lectora es una novela preciosa, de ritmo sosegado y que ha emocionado profundamente a una mujer que un día también fue filóloga y admiradora de las pocas líneas que hasta nosotros han llegado de Polidori, primer padre del vampiro romántico. La dulzura de la narración de Brotini es inmensa y palpable, incluso en los momentos de melancolía y oscuridad. Insisto en que, hasta ahora, es el narrador más dulce que ha pasado por mis manos. Una frase de esta obra me llevo grabada en el corazón, por muchos motivos:

"El mundo necesita a gente que crea en unicornios, Aurora"

Lean La estancia, y ojalá puedan disfrutarla una millonésima parte de lo que lo he hecho yo. 

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