Como ya sabréis los que me leéis habitualmente (ya de paso, gracias) me gusta mucho que me sorprendan. Es un gozo ir descubriendo poco a poco a autores y autoras que, por un motivo u otro, me dejan huella y dejar mis impresiones plasmadas en este blog. Ya le voy cogiendo el gustillo y perdiendo el miedo. Para lo que no estaba en absoluto preparada era para que un autor me descolocara del modo en que lo ha hecho este. Se llama Carlos del Moral y sus letras son jodidamente adictivas. La primera vez que leí su blog (Moscas en los bares cerveza caliente) tuve que pellizcarme para creerme que fuera real, pero eso, si acaso, ya os lo contaré otro día. No me costó mucho averiguar que tenía cuatro obras publicadas, e inmediatamente supe que tenían que ser mías (no que tenía que leerlas: tenían que ser mías).
Hoy he acabado 7 calles (Vida de perro), publicada por Canalla Ediciones en 2016, y sé que no estaba equivocada. Es una novela radicalmente distinta a ninguna de las que haya leído anteriormente. Imaginad a un tipo de edad indeterminada (joven) que despierta en un tren en una estación en Madrid sin tener ni pajolera idea de qué hace allí. Imaginad que en su bolsillo encuentra un teléfono móvil con el número de su colega en la agenda. Lo llama y este le cuenta que la noche anterior se pasó con las drogas y le partió el cuello a un tío en una pelea, y que ahora se tiene que esconder en Madrid. Hasta aquí, convencional, ¿no? Pues ahora imaginad que, en su nueva vida, una bruja alienígena lo convierte en HP (humano perro) y que su misión va a ser salvar a la humanidad de los entes que quieren dominarla y someterla. El disparate está servido, regado siempre con cerveza, faltaría más. E imaginad que, en medio de todo ese embolao, el protagonista encuentra el amor (violines, por favor). El resultado es de lo más impactante, al menos para esta lectora.
No sé si alguna vez me había reído tanto leyendo una novela. Pero reír de verdad. De esas veces que estallas en carcajadas como si se te hubiera pinzado algún cable dentro de la cabeza. En la mayoría de líneas, su lenguaje no es bello, sino directo, de la calle, sórdido, muy escatológico. No se anda con eufemismos ni zarandajas de ningún tipo. Si folla, folla y si caga, caga, directamente. Los diálogos son magníficos. Totalmente pulp. Como si Tarantino hubiera rodado una peli en Malasaña. Salpicada también de reflexiones interesantes (demasiadas para escribirlas aquí). Ácido. Erótico. Divertidísimo. Sin embargo, tiene algo más. Entre perros, buscadores de la esencia, pollas, coños, alcohol y drogas, brilla con fuerza una prosa poética que engancha nada más leerla. Mi subrayador y los post-its verdes fosforitos dan fe de ello.
Sé que algo me gusta mucho cuando quiero más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario