domingo, 26 de marzo de 2023

La esclava instruida, de José María Álvarez

…amar es combatir: si dos se besan

el mundo cambia, encarnan los deseos,
el pensamiento encarna, brotan alas
en las espaldas del esclavo, el mundo
es real y tangible, el vino es vino,
el pan vuelve a saber, el agua es agua,
amar es combatir, es abrir puerta,
dejar de ser fantasma con un número
a perpetua cadena condenado
por un amo sin rostro;
el mundo cambia
si dos se miran y se reconocen,
amar es desnudarse de los nombres:
“déjame ser tu puta”, son palabras
de Eloísa...
(Fragmento de Piedra del sol, de Octavio Paz)

Se afirma en el noveno número de Náyades (revista dirigida por Ricardo Montes que recoge la historia, costumbres y tradiciones de la Región de Murcia) que los comienzos del s. XX regalaron a nuestra región un florecimiento sin precedentes de la literatura erótica, cuya punta de lanza fue sin duda Cartagena. Allí nacería algunas décadas después (concretamente en 1942) el polifacético escritor José María Álvarez quien, dentro de su heterogénea producción, recogería el testigo del erotismo en las letras y lo transformaría, en 1992, en una obra de singular belleza que le valdría el XIV Premio La Sonrisa Vertical (colección de erótica dirigida por Luis G. Berlanga y publicada por Tusquets). No soy consumidora habitual de erotismo en negro sobre blanco, pero agradezco enormemente la recomendación que recibí de esta obra, pues ha traído a mis ojos, como bien diría Borges, «la felicidad y el asombro».

Aviso a navegantes: para acometer ciertas tareas, como la lectura de La esclava instruida (Tusquets, 1992) de Álvarez, es estrictamente necesario despojarse del todo de prejuicios éticos y morales y de postureo buenista. Literatura es literatura, placer es placer y no es momento de descontextualizar, hipercontextualizar, juzgar o criminalizar fechas en un DNI. El narrador de La esclava instruida, como la Eloísa del medioevo francés a su Abelardo, exhorta a su amada Alejandra a volver a su lado y poner fin a la agonía provocada en ambos por la separación. Mientras tanto, le va relatando al lector (y a Alejandra) las remembranzas de una historia de pasión calcinadora y subyugadora que ha durado ya casi cuatro años. No conocemos del narrador ni su nombre ni su edad, aunque lo suponemos en la cincuentena. Sabemos de él que es un acomodado escritor con ciertos visos de celebridad, cosmopolita y amante de las artes y los placeres en general. Un día se da cuenta, al salir ella de la piscina, de que la hija de sus amigos –Alejandra– ya goza de los gloriosos atributos de la pubertad con un tempo de lo más excitante. Ella parece también haberse percatado del placentero potencial que esconde la mirada libidinosa del escritor, y pronto se verán cautivos de un deseo que crece proporcionalmente a su satisfacción. ¿Que es una situación demasiado inverosímil? Puede, pero yo ejerzo mi derecho a acogerme a la suspensión de la incredulidad brechtiana y me la creo, y la disfruto.

La prosaica mecánica de la piel que rige las relaciones sexuales se ve superada con creces en La esclava instruida por la sublime entrega del alma y hasta la última fibra del ser a un propósito último menos mundano: la lucha contra la abyecta mediocridad del mundo contemporáneo y la equiparación de la vida y el sexo a una forma elevada de Arte. Qué manera de ensalzar la hermosura de coños diversos. Qué forma de venerar como estandarte una polla regia. Deliciosas libaciones, suculentas felaciones y orgasmos épicos en perfecta mixtura con la belleza de las líneas de un soneto isabelino. Qué delicia, ahítos en cuerpo y alma tras un polvo de magnitud cósmica, la de conversar sobre el crecimiento personal de Hawkins en La isla del tesoro de Stevenson, la de radiografiar Las Meninas de Velázquez o rememorar antiguas historias de piratas. Entre cuatro paredes (alguna sabrosa escapada fuera de ellas) irán construyendo su sagrado clandestino, su unión   carnal y espiritual ajena al tiempo y al espacio. Ella, a medio camino entre animal sexual hambriento y ángel rilkeiano, fin supremo de la poesía; él, maestro cogido por sorpresa por la intensidad de la emoción, la violencia del deseo y la devastación de las horas sin ella. Amor al fin y al cabo, o al menos uno de sus nombres, atado a sexo libre de tabúes y con la sola exigencia del disfrute. Mirarse y saber que es ahí, que el otro ya es carne de tu carne y sangre de tus venas, sin posibilidad alguna de remisión.
She's all states, and all Princes, I,
Nothing else is ( The Sun Rising, de John Donne). Así de simple como las líneas de Donne que rememora el narrador: «Ella es todos los estados y yo, todos los príncipes. Nada más existe».
Obra estimulante donde las haya que hurga sin tapujos ni misericordia en nuestro órgano sexual más potente: la imaginación.

viernes, 24 de marzo de 2023

En la sangre, de Susana Rodríguez Lezaun

La sangre, además de ser importante a nivel fisiológico, tiene gran relevancia mitológica y simbólicamente hablando. Se la ha relacionado con la vida y el alma, con los cultos solares y la recolección de las cosechas, con la juventud y el deseo de inmortalidad. Su color ha sido fuente de inspiración de numerosas metáforas y su derramamiento causa y consecuencia de innumerables guerras. Obviaremos su génesis, su composición química y las leyes de la física que gobiernan su circulación. Sin embargo, en ocasiones no tendremos más remedio que hacernos alguna pregunta de índole genética: ¿qué contiene nuestra sangre que nos hace como somos? ¿Comparten glóbulo las moléculas de oxígeno con vicios hereditarios? ¿Cohabitan el rojo plaquetas y mezquindades congénitas? No me equivocaría mucho si afirmase que estas y otras cuestiones similares pueblan las noches de insomnio de Marcela Pieldelobo, protagonista de la novela que acabo de terminar.

En la sangre (Harper Collins, 2023) es el significativo título escogido para la sexta novela de Susana Rodríguez Lezaun, segunda entrega de la saga encabezada por la inspectora Pieldelobo e iniciada en Bajo la piel. La trama comienza pocos meses después del desenlace de la primera entrega, con una Marcela Pieldelobo en el punto de mira de sus superiores a causa de sus constantes transgresiones a los límites de la legalidad y su inobservancia de los principios básicos de funcionamiento de la escala jerárquica. Por si ya fuera poca la presión a la que se ve sometida, le asignan –sin posibilidad alguna de réplica– la espinosa misión de arrancar la confesión de culpabilidad del inspector Ribas, el que fuera su antiguo amante y mentor, principal y único sospechoso en un caso de asesinato y tráfico de drogas. Para cumplir su objetivo, tendrá que trasladarse a Bera, una pequeña población a 75km de Pamplona, enclave abertzale y punto de inicio de las rutas que cruzan las mugas para introducir droga en Francia. Sus primeros pasos en la investigación la empujan a rechazar la versión oficial (es Pieldelobo, no podía ser de otra manera) y seguirá indagando a pesar de advertencias y palos varios en las ruedas. En paralelo a las pesquisas de Marcela, Susana Rodríguez Lezaun nos irá mostrando la voz de Elur Amézaga, la chica asesinada supuestamente por Ribas, que irá desgranando poco a poco sus cómos y sus porqués. Esta vez Pieldelobo lo tendrá crudo para apoyarse en el bueno del subinspector Bonachera, enfangado hasta el cuello en el lodazal de las deudas y el vicio y víctima de un intento de chantaje por parte de la misma mano en la sombra que amenaza a Marcela con desvelar cierta información que destruiría su ya maltrecha reputación y, por supuesto, su carrera profesional. La solución vendrá de mano de... Ah, no, de eso nada. Si quieren saber, pues léanla.

Capítulos cortos, manejo soberbio de la tensión dramática y un personaje central de los mejores que he encontrado hasta la fecha. Marcela Pieldelobo es una paradoja con patas que me ha enamorado desde el primer minuto.  Dura como el acero en apariencia, pero al tiempo frágil como el ala de una mariposa que busca refugio durante la tormenta. Arisca y seca para la mayoría, sedienta de amor y ternura en la intimidad. Deseosa de borrar el pasado pero con la maldición de la estirpe taladrándole los días y las noches: «lo llevas en la sangre, Marcela». El inspector de la Foral Damen Andueza será uno de los pocos capaces de permanecer a su lado a pesar de su aparente desapego, de su aspereza, de sus aristas cortantes. Será que me gustan las almas desportilladas porque, sin duda, quiero más Pieldelobo.

jueves, 16 de marzo de 2023

Bajo la piel, de Susana Rodríguez Lezaun

A menudo reflexiono sobre qué es, en general, lo que me hace disfrutar de una novela. En ocasiones es el engranaje argumental, la habilidad del autor o autora para articular con fluidez tramas y subtramas. Otras veces son los personajes, su desarrollo y la forma de conectar con ellos. Cuando hablamos de ciertos autores o autoras, la respuesta es: todo. Me ocurre, por ejemplo, con Susana Rodríguez Lezaun. No exagero si digo que la pamplonica me ha conquistado y se ha ganado a pulso un lugar en mi atestada biblioteca.

Bajo la piel (Harper Collins, 2021) es su quinta novela publicada e inaugura una saga que promete, protagonizada indiscutiblemente por la inspectora Marcela Pieldelobo. Tuve la suerte de escuchar la presentación de la obra de boca de la propia autora gracias, una vez más, a Cartagena Negra, y lo cierto es que dejó huella en mí. Tenía ganas de conocer a la inspectora Pieldelobo, y no me ha defraudado. Treintañera, con un carácter marcadísimo y una mochila a cuestas llena de momentos dolorosos y bocados difíciles de tragar, se hace facilísimo empatizar con ella. Me encandila su testarudez, su temeridad y su absoluta falta de respeto por las normas cuando la situación y el objetivo lo requieren.

En Bajo la piel, Susana Rodríguez Lezaun vuelve a su Pamplona natal como escenario de una investigación compleja y frustrante. Un vehículo despeñado cuyo conductor no aparece. Un bebé abandonado durante la noche en un lugar solitario. Pieldelobo logrará hallar el vínculo que une ambos acontecimientos y, al hacerlo, golpeará sin saberlo un nido de avispas furiosas dispuestas a cualquier cosa con tal de salvar su buen nombre. El método Pieldelobo no se ajusta precisamente a la legalidad, pero suele dar resultados. Sin embargo, en esta ocasión, jugará en su contra. La aparición del cadáver de la conductora del coche siniestrado y las dos muertes posteriores a esta confirmarán sin resquicio de duda las sospechas de la inspectora, que verá sus manos atadas por la cadena de mando al servicio de las altas esferas. Con la Iglesia hemos topado. Mejor dicho, con el Opus Dei. El caso se convertirá pronto en una obsesión para Marcela, una obsesión que estará a punto de quitarle la vida por partida doble.

En paralelo a la trama de investigación, y ocupando un lugar importante en el argumento de la novela, se va mostrando el universo privado que habita Marcela Pieldelobo. El traumático suceso que marcó su adolescencia,   el dolor de un matrimonio roto, su decepción y su vergüenza. El tatuaje que cubre su cuerpo, metáfora perfecta de las heridas de su alma. La muerte de su madre. El pasado que vuelve para complicarle más la vida .Los refugios donde encuentra la calma. La profundización en la psicología del personaje no resta centralidad a la trama, sino que nos hace comprender mejor las acciones y reacciones de Marcela.

Susana Rodríguez Lezaun va creciendo como autora con cada nueva publicación. Su prosa es sencilla pero al grano. Su manejo de la tensión y de la intriga, soberbio. Sus personajes desportillados o rotos se quedan con el lector y forman parte de su vida diaria. Podría darles más argumentos, pero resulta que ya me está esperando En la sangre (más Pieldelobo) en la estantería. Ya saben, si les ha picado la curiosidad, háganse con ella y disfruten.

El enigma de la habitación 622, de Joël Dicker

¿Qué somos capaces de hacer para defender a las personas a las que queremos? Ese es el rasero por el que medimos el sentido de n...