jueves, 15 de agosto de 2024

El pantano de las mariposas, de Federico Axat


¿Os ha pasado alguna vez que acabáis una lectura y se os queda cara de bobos? ¿Incluso hasta el punto de casi enfadaros un poquito porque el autor os ha manipulado y os ha llevado por donde él quería? ¿O porque, mientras estamos inmersos en el placentero acto de leer, hay ciertas cosas que damos por sentadas y ni siquiera nos planteamos? Reconozco que a mí me ha ocurrido pocas veces, o al menos de forma tan aparatosa como con la novela que acabo de terminar. Aunque la crítica la encuadra en la versatilidad del thriller (que no digo yo que no lo sea porque en ese cajón cabe casi todo), lo cierto es que también es un bildungsroman de manual, con personajes que me han traído a la memoria a alguno de los huérfanos de Dickens. 

El pantano de las mariposas (Destino, 2013), de Federico Axat, es la combinación perfecta de misterio, suspense, crecimiento y aventuras. Ambientada en Carnival Falls, una ciudad ficticia al noreste de Estados Unidos, comienza rozando intensa pero brevemente la tormentosa noche del 10 de abril de 1974. Una mujer que vuelve a casa en coche con su bebé. Unas luces, un terrible accidente, y un cuerpo desaparecido. Tras esa fugaz introducción, Axat traslada al lector al verano de 1985. Sam Jackson y Billy Pompeo, en plenas puertas de la adolescencia, son mejores amigos y planean un verano, probablemente el último que disfruten como niños, cuyo ingrediente primordial es la aventura. Surcarán los misterios del bosque a lomos de sus inseparables bicicletas y tendrán como objetivo principal la construcción (largamente planificada) de una casa en un árbol. Sin embargo, pasarán de dúo a trío con la irrupción en sus vidas de Miranda Matheson, una recién llegada a la zona con quien compartirán peripecias, resolverán misterios y se iniciarán en el complejo y hermoso a la vez camino del primer amor. Carnival Falls, escenario donde transcurre la novela, es un enclave tranquilo y pintoresco en el que casi todos dicen conocerse pero guardan secretos de mayor o menor enjundia, un lugar moldeado por su drama particular: misteriosas desapariciones de personas a lo largo del tiempo. Aunque en principio estos sucesos no parecen tener ningún elemento común, existe en la zona una creencia bastante arraigada que atribuye a los extraterrestres la responsabilidad sobre las desapariciones. El autor consigue, con sencillez pero con maestría, que nos sumerjamos sin esfuerzo en esta pequeña ciudad, en su vida cotidiana, en las granjas circundantes y en el bosque, ese bosque que oculta al mismo tiempo belleza y peligro. 

Aunque la prosa de Federico Axat está exenta de artificio, es digna de mención su manera de transmitir una sensación de desasosiego en cada línea, una inquietud persistente que se mantiene constante desde el mismo comienzo y que cocina la tensión a fuego lento. Los misterios y aventuras que se van desgranando llevan al lector en volandas con un ritmo rápido que, junto a la abundancia de diálogos y el suspense permanente hacen la lectura muy activa y entretenida. Dos líneas temporales, 1985 y 2010, se irán entremezclando en la novela, dando cuenta al lector de los sucesos de ese verano en el que Sam, Billy y Miranda se hicieron amigos y corrieron grandes aventuras, pero también del presente de esos niños que ahora ya son adultos. Narrada en primera persona por Sam Jackson, que vive en régimen de acogida en la granja de los Carroll, asistiremos a una historia donde la aventura y el misterio rivalizarán en relevancia con el peso los sentimientos, la ternura y la belleza de la inocencia. Además de señalar que he caído rendida ante sus personajes, a mi juicio verosímiles y entrañables, no quiero terminar sin mencionar el final. Ese final en el que, cuando ya crees saber todo lo que vas a saber, llega el autor y te planta en tus mismas narices una revelación sorprendente que, aparte de dejarte absolutamente pasmado, te provocas unas ganas locas de empezar a leer de nuevo bajo la perspectiva que otorgan esas últimas dos páginas. Si os ha picado la curiosidad, ya sabéis.


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