Como bien sabéis quienes me conocéis, mi trayectoria como lectora de noir no tiene aún solera, puesto que solo se remonta unos cuatro años atrás en el tiempo, a la edición semi-pandémica de Cartagena Negra 2020. Nunca podré demostrar lo suficiente el agradecimiento al festival por llevarme al lado oscuro de una forma tan natural e irremediable. Desde entonces he leído ya unas cuantas, pero me sigue maravillando la capacidad del género para sorprenderme. Habitualmente, el negro suele destacar por contraposición a otros colores. Destaca sobre todo en contraste con el blanco. Sin embargo, la novela que acabo de terminar me ha demostrado que también es posible apreciar ese negro entre las sombras retorcidas de otros negros cada cual más oscuro que el anterior.
En La ley del padre (Ediciones B, 2023), Carlos Augusto Casas, con una prosa precisa y actual y un humor a juego con el color de la trama, nos ofrece un matiz del noir distinto al que solemos estar habituados los lectores del género. Alejado del thriller policíaco al uso y de cualquier paradigma maniqueísta, el autor nos ofrece una historia familiar plagada de personajes zaínos en todas las acepciones del término. La novela comienza con el intento de suicidio frustrado de un alma anónima cuya identidad descubriremos algunas páginas después. Un ser atribulado por máculas pretéritas e imborrables que, sabiendo de la imposibilidad de la redención, anhela la asepsia incolora e inodora de la muerte. Poco después, la joven Melinda se incorpora como parte del servicio del hogar de los Gómez-Arjona, cuyos principales atributos son un insano apego por el poder (y el dinero, pero sobre todo el poder) y la inherente carencia de escrúpulos que este conlleva. Durante la celebración de cumpleaños del patriarca, apodado con mucho tino "el Rey Arturo", alguien cercano a el intentará acabar con su vida con la ayuda de unos cuantos gramos de dioxina. ¿Enemigos? ¿El servicio? ¿Sus propios hijos? En lugar de acudir a la policía o a algún investigador privado, con el afán de evitar que la turbidez del asunto llegue a manos de la prensa, Arturo Gómez-Arjona recurre a una de sus marionetas, el Enterrador, para que averigüe quién de entre sus allegados se ha atrevido a intentar quitarlo de enmedio. A partir de ese momento, Enterrador y lectores se verán inmersos en una trama de personajes oscuros, poderosos y sádicos cuyo status social los sitúa por encima del bien y del mal. La clave de todo: ¿a manos de quién y por qué fue asesinada cinco años atrás Ada, la esposa del Rey Arturo y madre de sus cuatro tiburones, digo hijos? El suspense y el misterio están servidos, y alguna escena que pone la piel de gallina, también.
La ley del padre se estructura en capítulos cortos, bien provistos de diálogo, que imprimen agilidad y buen ritmo a la lectura y espolean continuamente la necesidad de saber del lector. La forma de narrar del autor es magistral, y su construcción de los personajes es soberbia, sin intento alguno de justificar ni blanquear sus almas podridas. Una crítica feroz y sin paños calientes a las altas esferas del poder y a la inmunidad que garantiza el mismo (junto con el dinero, claro). Si bien es cierto que el final se aventura con unas cuantas páginas de antelación, tampoco es necesaria la sorpresa ni el giro brutal para el disfrute de la obra, pues lo importante en ella no es tanto el destino como el camino. ¿Recomendable? Por supuesto. Aquí os dejo algunas frases que me han impactado:
«Es por el corazón por donde el diablo nos atrapa».
«Lo que llamamos verdad es una forma de simplificar la realidad para quedarnos con una de sus versiones».
«La educación es la rama de la hipocresía que hace soportable el hecho repulsivo de tener que vivir los unos con los otros».
«Hacer el mal es como beber sin sed, innecesario pero muy placentero, además de divertido».
Un millón de gracias por la reseña
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