El conjunto arqueológico de Atapuerca contiene algunos de los restos de seres humanos más antiguos de la Península Ibérica (que, además, son los más antiguos y los más numerosos de los hallados en suelo europeo), restos cuyo descubrimiento tuvo y tiene un considerable impacto en la investigacion científica sobre los orígenes y la evolución del ser humano. Tanto, que cambió las hipótesis que hasta ese momento se barajaban acerca de quienes fueron los primeros pobladores de Europa y en qué momento llegaron, de dónde procedían y cuáles eran sus características físicas y sociales. Es un hito, a todos los niveles, haber encontrado, por primera vez en la historia, en un mismo yacimiento, vestigios de todas las especies de homínidos que habitaron el continente. Y, como todos los grandes hallazgos y revelaciones a lo largo de los tiempos, podéis imaginar que ha dejado su impronta en páginas y páginas de negro sobre blanco. Desde que Jean Marie Auel inició la senda con su fabulosa saga Los hijos de la tierra, en la novela histórica la prehistoria —con sus misterios y posibilidades— se ha convertido por derecho propio en uno de los períodos más visitados, tanto por escritores como por lectores. Pero, ¿cómo ha llegado esa prehistoria y sus implicaciones filosóficas y socioculturales a inspirar y moldear una novela negra de las mejores que caerán nunca en manos de un lector? Sin duda, la versatilidad, la prodigiosa imaginación y la asombrosa forma de engranar tramas del autor de la novela que acabo de terminar, tiene mucho que ver.
La huella del mal (Planeta, 2019) es la segunda obra publicada de Manuel Ríos San Martín y supone un cambio sustancioso con respecto a la anterior, Círculos. De una trama futurista y distópica salta a una historia donde los pasados, más remotos o más cercanos, van a tener mucho que decir. Ambientada en el yacimiento de Atapuerca y sus alrededores, Manuel Ríos inventa la población de Niebla como centro neurálgico de una investigación en la que la tensión y la intriga no dejan descanso al lector. Todo comienza cuando, durante la visita de un grupo escolar, uno de los chavales descubre que en la representación de un enterramiento prehistórico, en lugar del consabido muñeco con apariencia humana, yace el cadáver de una joven en posición fetal. El escenario y las circunstancias aparentes del crimen muestran numerosas similitudes con un asesinato semejante que ocurrió seis años atrás en una cueva de Asturias, y que quedó sin resolver. Por ello, se solicita que lleven el caso los dos policías que en su día investigaron el anterior. Ella se llama Silvia Guzmán y es inspectora de la UDEV (Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta). Él se llama Daniel Velarde, y en el pasado fue el compañero de Silvia, de investigaciones y de cama, y tras aquel caso no resuelto dejó la policía por un mucho más lucrativo puesto como director de seguridad en una empresa privada relacionada con el petróleo. Nadie conoce que seis años atrás mantuvieron una relación que acabó francamente mal y probablemente impidiera la resolución del caso. ¿Serán ahora capaces de trabajar de nuevo juntos y conducir la investigación con éxito? Difícil, muy difícil, aunque cuentan con la inteligencia y las ganas de Rodrigo Ajuria, para quien este será su primer caso importante. Conforme las pesquisas vayan avanzando, usando a veces métodos poco o nada rigurosos, irán encontrando un entramado donde cada testigo calla mucho más de lo que sabe por distintos motivos. Cada vez que creen tener al autor de los crímenes, alguna pieza del puzle se desencaja y han de investigar una nueva vía. Varios sospechosos. El tiempo se les echa encima y la presión de los altos mandos cada vez es mayor. Ninguna certeza hasta que... Hasta que nada, que no voy a contar más. Si os ha picado el gusanillo de la curiosidad, ya sabéis lo que tenéis que hacer.
La huella del mal encaja a la perfección en el género negro, pero algunos de sus aspectos la hacen muy particular. Por ejemplo, en muchos momentos de la novela se plantean reflexiones filosóficas sobre la naturaleza del ser humano. ¿Qué es lo que lo hace diferente del resto de animales y cuándo y por qué comenzó a ser así? Manuel Ríos indaga y reflexiona también sobre el origen y la causa de la violencia, sobre el bien y sobre el mal, recurriendo en muchas ocasiones a nuestros antepasados homínidos. De hecho, las prímeras líneas que abren el texto son ya toda una declaración de intenciones:
El instinto de la violencia se esconde dentro de nosotros, en lo más profundo, agazapado. En el ADN, en el alma. Cada uno puede llamarlo como quiera, pero la realidad es que está presente, que no se puede eliminar sin matar la esencia del ser humano. Es primitivo, atávico, esencial. Existe desde hace millones de años. Es el misterio que nos define. Y tan solo debemos esperar a que la rabia o el dolor lo despierten. O la envidia. O el miedo. O la lujuria...
Al margen de la trama de investigación, el interés del lector se va a centrar indefectiblemente en la evolución de la relación entre los dos protagonistas y su interacción con el caso anterior, por lo que en algunos capítulos el autor recurre a la analepsis y la acción retrocede seis años y se desplaza al entorno asturiano donde tuvo lugar aquel otro asesinato ritual de características tan similares.
Como era de esperar, y aunque las referencias y las expectativas eran francamente muy altas con respecto a esta obra, he disfrutado de La huella del mal mucho más de lo que esperaba. Me ha enganchado desde el principio al ser una novela negra de excelente factura que a la vez es capaz de analizar las claves del mal, presentando diferentes alternativas pero dejándole suficiente espacio al lector para que saque sus propias conclusiones. A ello hay que añadirle el aliciente de una trama muy bien articulada y atractiva en la que, de una forma muy didáctica, se nos explican características y formas de vida y cultura de nuestros antecesores en la cadena evolutiva. El ritmo es ágil, la tensión siempre in crescendo y el desenlace, asombroso. ¿Queda claro y nítido que la recomiendo, verdad?
Es una novela fascinante, ya lo creo. Y su final, como bien apuntas, alcanza un ritmo que te lleva al sofoco admirativo. Espléndida.
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