martes, 4 de mayo de 2021

Galería de apátridas, Manuel Moyano


 El año 2003 debió de ser un gran año para los avispados lectores que fueran testigos de los pasos de Manuel Moyano desde el inicio de su carrera literaria, pues vino con doble premio. Por un lado, Xordica publicaba la colección de relatos El oro celeste (simplemente maravillosa) y, por otro, Nausícaáä editaba Galería de apátridas, compendio de narraciones que siguen la estela antropológica iniciada con su Dietario mágico el año anterior.

Esta segunda obra de ensayo de Manuel Moyano comienza ya con un prólogo delicioso firmado por Luis García Mondéjar, prólogo que constituye un excelente aperitivo que abre el apetito de los lectores y les prepara el paladar para lo que degustarán a continuación. Y los manjares que, sin duda, devorarán a placer quienes se dejen llevar por Moyano no son sino quince historias que buenamente podrían ser inventadas, por bizarras e inverosímiles, pero cuyos personajes son (o fueron, dados los años transcurridos) de carne y hueso como usted o como yo, pero fabricados, al parecer, de una pasta ostensiblemente diferente a la que suele dar forma a la existencia en términos convencionales. Personajes "apátridas", extraños en su propio mundo, extravagantes, excéntricos, con un factor común: la localidad de Molina de Segura. Desde Salvador García Aguilar (honestamente, el único del que me sonaba el nombre) al Decano del sistema penitenciario español, pasando por ciudadanas al uso reconvertidas al budismo, señores que entienden a las abejas a las mil maravillas y artistas polifacéticos donde los haya. Como colofón, y para acercar al lector más si cabe a algunas de las figuras que nos dibuja, dedica las páginas finales de la obra a ciertos textos del puño y letra de alguno de los habitantes de sus historias (y yo no puedo dejar de pensar en las abejas).

Imagínense, además, que todos los relatos están escritos de forma precisa, brillante, perfecta, por la pluma de un narrador fabuloso, de un cronista de lo insólito, empeñado en mostrarle al mundo que la homogeneidad no es más que una pátina de convenciones debidamente homologadas, y que si uno rasca lo suficiente, lo extraño, lo diverso, lo diferente, hacen su aparición en el lienzo.

Léanlo, y gocen.



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