domingo, 28 de marzo de 2021

El invierno en sus brazos, Pascual García

 


Pasan los días y las cosas tienen

otro espíritu, como un fuego oculto,

cuyas cenizas nos pertenecieran.

Es una luz que el tiempo ha suavizado

para mostrarnos el camino.


Son estos los versos que abren “Memoria del paraíso”, primer poema de El invierno en sus brazos, de Pascual García, publicado en 2001 por el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia y galardonado con el Premio al Libro Murciano del Año. Son estos los versos que abanderan una obra que ha vuelto a dejarme una sonrisa en el rostro y un cálido alboroto en el corazón. Reconoceré, pues, que pasar el invierno, la primavera, el verano o el otoño en brazos de las letras de este autor tiene que estar muy cerca de habitar algún paraíso cuyas llaves únicamente se entregan a quienes gozan de la inmensa fortuna de leerlo.

El invierno en sus brazos es la vida en su esencia más pura, con sus luces y sus sombras, sus alegrías y sus tristezas, sus caras y sus cruces. Por ello, en el poemario, habitado por la lluvia, el café, la cama, el vino, los libros y las hermosas liturgias donde bailan piel y besos, coexisten el tono elegíaco y el celebratorio.

Pascual García se lamenta por el paso del tiempo que todo lo cambia: «Pasan los días y las cosas tienen/ un nombre distinto» (“Memoria del Paraíso”). En sus líneas quisiera parar el continuo girar de las agujas del reloj que marchita las pieles aunque mantenga intacta su memoria, que se lleva los labios incandescentes que tatúan besos en el alma y que nos sitúa irremediablemente “Tan cerca de la muerte”. Para contrarrestar ese paso del tiempo, busca refugio en su memoria, acariciando con nostalgia los recuerdos de sus días de infancia, como en “La memoria y el invierno”, en “In memoriam” (donde evoca con ternura la imagen de su abuelo) o en “Otra vez la vida”, donde nos dice: «... y el invierno/ vendrá un día de estos con mi infancia/ y acercará la nieve y el trabajo/ como un regalo turbio de la noche.» O se parapeta tras recuerdos de amor, tras las imágenes deliciosas de «...adolescentes/ que hubieran encontrado su delirio/ y no supieran las palabras justas/ para nombrar el fuego y la ceniza/ y creyeran solo en sus manos dulces/ y en sus labios de arena...» (“El tiempo se detiene”). Las imágenes con las que el poeta construye el amor destilan belleza por cada una de sus letras, y hacen soñar, vaya que si hacen soñar.

Por otro lado, celebra la vida sin más, «porque vivir es suficiente a veces/ vivir sin un motivo, abrir la boca/ y respirar el día como un soplo» (“Otra vez la vida”) y nos transmite sus latidos cuando piensa «... en la primera luz del mundo,/ nuevamente en tus ojos» (“Cogidos de la mano”). A pesar de que «Vivimos una edad sin dioses,/ huérfanos del miedo, iluminados por el rayo,/ pero vencidos por el aguacero...» y de que «Pasan los años y la vida tiene/ el color de los sueños incumplidos» (“In memoriam”; de estos versos en concreto aún estoy deshaciéndome el nudo en la garganta), nos dice que «la vida nos pasa tan cerca/ que su calor nos alumbra y su fuego/ caldea nuestras manos.» (“Hechizo”).

Y en su alquimia de poeta destila sus versos con emoción, sencillez, luz y verdad. Ya sé que siempre me repito con esto, pero es la sensación que tengo: que Pascual no tiene que inventar sus versos, sino que pasan directamente del torrente de su sangre al papel. También he descubierto que su magia le permite conocer de algún modo mi alma y regresar al pasado para escribir estas líneas (para mí, solo para mí, para que yo los lea y los relea y los sienta y sienta que son tan verdad como yo misma): «Usé las palabras y tuve miedo,/ y supe su misterio y su fragancia,/ sus tinieblas de voces confundidas/ y su luz tenebrosa, su alboroto/ Dije mi dolor y pronuncié nombres/ de fuego y de tristeza, caravanas/ de espectros y pesadillas oscuras/ y amé con ellas y gocé su carne./ Quien ha tocado la vida no puede/ volver sobre sus pasos/ e ignorar el secreto/ como si nada hubiese sucedido,/ pues la verdad nos quema como un ascua/ y queda su semilla en nuestra casa...» (“Las palabras de la vida”)

La poesía de Pascual García ensancha el alma y nos presta cielos para disfrutarlos aun a sabiendas de que son ajenos. Leyéndole

...A veces,

tocamos con la punta de los dedos

la delicada urdimbre de los sueños

y somos, por unas horas, felices

y nada puede entonces sucedernos.

(“Salmo”)



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