viernes, 1 de enero de 2021

Monólogo del que reza a la muerte, Pascual García


...ella no bajará, está con Pedro en dormitorio y me ha dicho que la olvides, que las cosas nunca serán como han sido hasta ahora...

Con esas palabras se inaugura el quebranto de una vida. Con esas pocas frases y el trasiego de los días iguales se transforma un hombre en una "bestia humana" de sufrimiento perpetuo y mezquindad patológica. Así se nos define al nonagenario protagonista de Monólogo del que le reza a la muerte, como a un ser que vive recluido en su guarida de soledad autoimpuesta, de dolor añejo que se renueva siempre al alba y al ocaso, de defensa contra aquellos que, según dictamina su paranoia, le desean la muerte. Un anciano que en otra vida fue un muchacho al que su primer amor cambió por la estabilidad del porvenir junto al dinero y al poder. Un rechazo que cercenó cualquier  posibilidad de amor, de luz o de calidez, que desterró toda fibra de humanidad al período anterior al cataclismo y condenó a todo aquel que llegó posteriormente a su vida, esposa e hijos sobre todo, al desprecio, al insulto, a la vejación perenne e infinita de una mente alcoholizada y quebrada por la frustración de lo que no pudo ser. Monólogo del que le reza a la muerte es el soliloquio en bucle de esa alma torturada mientras le reza a la muerte verdadera (personificada al final en el recuerdo de su amada) para que lo redima de la sordidez y la iniquidad del mundo y de los que le rodean.

Pascual García sorprende en esta obra utilizando una construcción gramatical que contribuye en gran medida a la atmósfera opresiva, asfixiante, repetitiva  e incluso fastidiosa del monólogo interior del anciano: ni un punto y aparte en las 187 páginas de la novela, escasísimos puntos y seguidos, y una profusión de comas que, al menos, permiten al lector ir respirando de vez en cuando, y confieren al relato el soniquete de una letanía donde prima la voz que desgrana su desgracia en primera persona sobre la de un narrador omnisciente que aparece de manera inopinada, contribuyendo a la sensación de desasosiego que permea la mente lectora. Una obra donde apenas hay nombres: Pedro (el sujeto cuyo dinero le hurtó a su amor) es mencionado una vez; Sara, la persona que cuida al anciano en su residencia de Los Olmos (mundo exterior hosco, frío y agreste que concuerda a la perfección con el mundo interior del anciano sin nombre) y mano ejecutora de la venganza de los otros en los delirios de su imaginación perturbada; y Dolores, qué nombre tan adecuado para la esposa que no recibió más que desprecio, insultos y golpes. Los demás nombres son irrelevantes, solo importa el dolor y el alivio futuro que traerá la diosa eterna a la que reza sin cesar. Prosa densa, intensa y con momentos líricos sublimes. Otro ejemplo más de la altura literaria de Pascual García. 

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