domingo, 3 de enero de 2021

Hablar durante las comidas, de Pascual García


 

Pero la vida, esa hecatombe cotidiana e imparable, ha terminado pasándonos por encima de un modo despiadado.

En esa frase se podrían muy bien resumir las idas y venidas, las cuitas y los llantos de los individuos que habitan las páginas de Hablar durante las comidas (Aguaclara Libros, 2014), conjunto de cuarenta y un relatos que, en mi modesta opinión, sitúan a Pascual García como uno de los mejores escritores y narradores que ha dado nuestra tierra.

Volvemos a encontrarnos en esta obra con los ya conocidísimos paisajes, íntimos y melancólicos, de Los Olmos y Puerto Errado como telones de fondo contra los que se recortan la mayoría de historias, como escenarios propensos a la aparición de figuras solitarias, desvalidas, destempladas y desasidas de cualquier atisbo de plenitud o equilibrio emocional. Terrenos hoscos y agrestes que cobijan almas a las que les falta un pedazo, curtidas en vientos fríos o soles de justicia.

Cuarenta y un relatos breves, pero no por ello simples o menos intensos, cuya materia prima principal es la vida, la humanidad y la cotidianeidad, y, por ende, el amplio abanico de situaciones, sopresas, misterios, emociones y laberintos que de las anteriores se desprenden. Ciento sesenta y tres páginas donde el autor demuestra una vez más su extraordinaria habilidad para adentrarse en sus personajes y mostrarnos sus resquicios, perfilando con delicadeza y con extrema pericia su geografía íntima de sombras, pesares y anhelos. Personajes que caminan por sendas que no llevan lugar alguno excepto al callejón sin salida de la tristeza más honda. Hombres y mujeres que duermen, trabajan o leen para ocultarse del mundo. Amores inéditos, perdidos o presos en brazos otros; amores que nunca se podrán rozar con la yema de los dedos. Gente corriente cuyo único refugio es la resignación, la aceptación de la nada y el dolor cotidianos. Miedos. Heridas. Pozos de melancolía. La muerte como parte de la vida. Y una nota de ternura que asoma de vez en cuando en la melodía de miseria y pesadumbre que empapa del primero al último de los cuentos. Excelente también la forma en que Pascual García lleva al lector de la mano hacia finales en su mayoría intuidos pero generadores de desazón y algo similar a la inquietud. Dicen que lo bueno, si breve, dos veces bueno, y el dicho se ejemplifica a la perfección en el relato titulado “El hijo pródigo” donde, con solo una línea, el autor transmite todo un universo de desasosiego.

Y, para finalizar, como suele ser mi costumbre, les dejo algunas joyas que me ha regalado la lectura de la obra:

“La esperanza es la bandera de los que no poseen nada, y yo me hallaba a la intemperie.” (p. 41)

“Les temíamos a las palabras, sin duda, porque, en ocasiones, también nombraban la verdad.” (p. 46)

“Nadie alberga más esperanza que el que ama y no sabe el motivo...” (p. 53)

“... y huye la noche en dirección a la tristeza, como ya nos tiene acostumbrados.” (p. 72)

“Vivimos en mundos paralelos y estamos condenados a no encontrarnos jamás.” (p. 93)

“... y callábamos consintiendo noche tras noche la atroz monotonía de la penumbra.” (p. 96)

“... y a la mujer la sorprendió el alba llorando con el desconsuelo de quien no entiende un sentimiento tan elemental como el desprecio o la indiferencia.” (p. 158)

Insisto, cuarenta y un cuentos breves pero intensos, escritos con maestría y narrados con la solvencia del que sabe lo que hace.

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