lunes, 30 de septiembre de 2024

El extraño verano de Tom Harvey, de Mikel Santiago


No es un secreto para nadie que el tiempo vuela, y yo me doy cuenta de que hace ya casi un año que un buen amigo (gracias, Juan Carlos) me insistía por activa y por pasiva en que tenía que leer a un autor que estaba seguro me iba a encantar. También os diré que a ese respecto, muy pocas veces se ha equivocado (una sola que yo recuerde). Así fue como descubrí a Mikel Santiago con su Trilogía de Illumbe, y aún recuerdo con auténtica fascinación esa certeza no de haber quedado atrapada entre las páginas de unas novelas, sino de haber caído en las redes de un autor que me cautivó desde el primer momento y lo sigue haciendo en cada obra que de él leo. Quienes me conocéis sabéis que padezco un extraño trastorno que me impulsa a leer las primeras obras de un autor no vaya a ser que me pierda algo de su evolución, y en este caso no ha habido excepción. Empecé con La última noche en Tremore Beach y supe que ya desde el principio fue bueno, y que no hace más que crecer con cada nueva obra que ve la luz. La última que acabo de leer (solo me falta ya una antes de Illumbe) es, sin duda, la que más me ha enganchado hasta el punto de prácticamente bebérmela de un par de sorbos.

En El extraño verano de Tom Harvey (Ediciones B, 2021), Mikel Santiago dibuja como protagonista a Tom Harvey, un músico de jazz a quien la fortuna no le ha sonreído en exceso y que ha de complementar los magros ingresos de su saxo ejerciendo como guía turístico en Roma. Una noche, mientras disfruta de los placeres de la capital del Lacio junto a una signora, recibe una llamada de su amigo y ex-suegro Bob Ardlan, pero su prioridad dista mucho de ser atender al teléfono en ese preciso momento. Dos días después, de camino a un bolo, su teléfono vuelve a sonar, y le trae la voz de Elena, su ex-mujer, de la que siempre ha estado (y estará por los siglos de los siglos) enamorado, que entre sollozos le comunica que su padre ha sufrido un trágico accidente con resultado de muerte. Sin pensárselo dos veces, pone rumbo a Tremonte, localidad donde residía el difunto, para estar junto a Elena, sin dejar de preguntarse qué hubiera ocurrido si hubiese atendido la llamada de Bob. De aquí en adelante, lo que el autor nos propone es encontrar (dado que la teoría del accidente va a parecer inverosímil desde un principio), la identidad del asesino de la mano de Tom, cuyo carácter obsesivo le obligará a adentrarse en una investigación no exenta de riesgo. En la novela irán apareciendo numerosos personajes, y de todos vamos a sospechar, ya que todo lo observaremos desde su perspectiva y no tendremos más información que la que él maneje en cada momento, sabremos lo mismo que él. Todos los personajes tienen algo que ocultar, algo que puede convertirles en sospechosos.

Aunque en El extraño verano de Tom Harvey hallaremos varias de las señas de identidad del autor, como su sempiterna conexión con la música, Mikel Santiago muestra aquí un cambio, distanciándose de los ambientes opresivos de las obras anteriores y ambientando esta novela en un escenario totalmente distinto: la costa mediterránea italiana, luminosa, glamurosa, bohemia y artista. Resultará sumamente sencillo empatizar con Tom, y compartir sus miedos. Un tipo de treinta y bastantes con una vida inestable y caótica. Un solitario con su única familia en suelo estadounidense. Enamorado perdida e incurablemente de su ex-mujer. Al igual que en las melodías de jazz que se desprenden frecuentemente de entre sus páginas, el tempo es sumamente importante en el desarrollo de esta novela entretenida de principio a fin, con una estructura muy ágil, muy rápida, profusa en diálogos, llena de giros, con la tensión in crescendo conforme se avanza en la lectura, y en la que al final todas las piezas encajarán en el puzzle. Magníficos ratos de lectura garantizados. Yo de vosotros no me la perdería.

miércoles, 25 de septiembre de 2024

Mañana acabará todo, de Susana Rodríguez Lezaun

En eso nos convierte a todos la guerra, pensó, en cosas que no le importan a nadie, que lo mismo pueden estar en pie que tumbadas, vivas o muertas, seguir o hundir la cara en el barro para siempre.

La cita que encabeza esta entrada llega al lector en las primeras páginas de la novela que acabo de terminar. Si las frases pudieran encarnarse en sustancia, esta sin duda lo haría en unos ojos repletos de vacío que miran a la nada en un bucle infinito donde ya no existen el espacio ni el tiempo. En unos ojos desprovistos de chispa que escudriñan, hastiados, la línea convulsa que separa la cordura de la mayor de las sinrazones humanas: la guerra. La guerra. Esa sentencia de muerte indiscriminada auspiciada por megalomanías y codicias varias disfrazadas de geopolítica, xenofobia o religión. Dolió hablar de guerra ayer. Duele hablar de guerra hoy. Mejor no ver las noticias. Tierra empapada en sangre que sepulta humanidad perdida. Cuenta Susana Rodríguez Lezaun, autora de la obra, en sus ultimas páginas que, en el no tan lejano otoño de 1992, estrenaba contrato de ayudante de redacción en el Diario de Soria. Cuenta que le asignaron cubrir la llegada a la ciudad de un pequeño contingente de refugiados bosnios y macedonios. Cuenta que, días después, un dramático acontecimiento la hizo comprender que los fantasmas no se marchan, que viven en nuestra mente, detrás de nuestros ojos, al tiempo que plantaba el germen de esta novela.

En Mañana acabará todo (Editorial Navona, 2024), Susana Rodríguez cambia el thriller noir por la oscuridad de una guerra. La de la Guerra de los Balcanes, el conflicto más sangriento ocurrido en suelo europeo desde que acabase la Segunda Guerra Mundial. Disputas étnico-religiosas que resultaron en cerca de 200.000 muertos y millones de almas desterradas de sus hogares y sus vidas. Y uno de los primeros conflictos sancionados y juzgados oficialmente como genocidio. Con una prosa sencilla, afilada e irónica, la autora nos sitúa en medio de una llanura cualquiera de la antigua Yugoslavia. Sobre la ajada tierra hollada por la ignominia y las bombas se levanta una casa. Parece a simple vista una casa cualquiera pero no lo es. En tiempos anteriores al reinado de la parca fue un burdel. Donde antes gobernaran los placeres de la carne, la risa y el jolgorio ahora campa a sus anchas la desolación entre telarañas, escombros y la muerte lamiendo las paredes. Tras cinco largos y extenuantes años dedicado al oficio de la guerra y la supervivencia, Fiódor, el antiguo cocinero del burdel, vuelve al que fuera su hogar y, al verlo en pie, decide convertirlo, tanto el edificio como su alma, en un lugar habitable. Dentro encuentra, escondidas en el desván, a Daniela, Adriana y un diminuto bebé sin nombre que nació al amanecer. Poco tiempo después se les unen Dunja, una de las chicas que trabajaba como prostituta allí, y Rita, la antigua madame y propietaria del inmueble, junto a Helldoor, un can aparentemente salido de las mismas fauces del infierno. Cada uno con sus miedos, pesadillas y dolores que sobrepasan los límites de la comprensión, tendrán que aprender a convivir y construir un mañana donde la luz sea posible. Pero, ¿y si acaso el destino jugara con las cartas marcadas?

Susana Rodríguez, en Mañana acabará todo, ofrece al lector un atisbo de humanidad conservada a pesar de la barbarie y la desgracia. Con habilidad, construye personajes bien perfilados, complejos, repletos de aristas y pasados ineludibles. Convierte un antiguo burdel en el epicentro de una trama donde se conjugan el dolor y la esperanza y donde cohabitan las atrocidades vividas con momentos de ternura. El ayer y la posibilidad de un mañana. El amor y el miedo. Con mucho acierto, Susana incide de manera directa y sin tiritas en la violencia sexual sobre la mujer como uno de los grandes crímenes de la guerra, que destroza por igual pasados, presentes y futuros. Una novela dura y conmovedora, sin duda, de lectura absolutamente recomendable. 


jueves, 19 de septiembre de 2024

Pukata, pescados y mariscos, de Men Marías

Que la vida es un ratito es algo que, a estas alturas de la película, tenemos (espero) todos claro. Y como solo es un ratito, más vale dedicarle el máximo posible a menesteres placenteros. Leer un libro que llevabas mucho tiempo acechando y que te encante es, para esta lectora, uno de los más gratificantes. Si encima resulta una lectura distinta a las que habitualmente practicas, literariamente deliciosa y conmovedoramente humana, doble placer garantizado.

Ganadora del Premio de Narrativa Carmen Martín Gaite en 2017, Pukata, pescados y mariscos (Traspies, 2018) es el título de la primera obra de Men Marías que llegó al público. Pukata es el nombre del restaurante de la costa mediterránea donde se ambienta, y Men Marías ofrece en ella al lector una historia sobre todo humana. Nos sirve en bandeja de plata, con guarnición lingüística del español colombiano más costeño, la vida de los trabajadores del cotizado local, inmigrantes en su totalidad, narrada por la voz de Gabino, colombiano exempleado del Pukata que cumple condena en prisión por un delito del que, según él, no es culpable.

«Solo había dos cosas que me hacían olvidar el hecho de que estaba muriendo: mi hija y los pezones de la Perlita». 

Así arranca su relato Gabino y así comienza la novela. Amor de padre, amor carnal y la muerte como una espada de Damocles sobre su cabeza por una epilepsia hereditaria letal (aunque solo en su familia). Una hija a la que no conoce de una madre que lo extorsiona hasta robarle el aliento; deudas heredadas que le impiden regresar a su país; una hermosa amante, para más inri esposa de su jefe, que lo subyuga y lo solivianta a partes iguales («Que la vida no es el hecho, que lo he dicho siempre, que la vida es el mientras tanto, y que mi mientras tanto por aquel entonces era ver a la Perlita en la habitación en la que me escondía siempre con cañas de azúcar moviendo las nalgas a ritmo de una bachata que escuchaba constantemente a escasos segundos de montarme», p. 22). Desde su celda hará un minucioso repaso a la cotidianeidad de una vida de sinsabores, la propia y la de sus compañeros de trabajo, cotidianeidad que se verá alterada el mismo día en que su jefe, Don Julio Pukata, anuncie la participación del negocio en un certamen gastronómico, de cuyos resultados dependerá en gran parte su sustento futuro. Entre cacerolas, servicios de mesa e ínfulas de superioridad se irán desvelando los hilos que manejan la vida de los empleados del Pukata al mismo tiempo que planea sobre sus páginas una intriga de fondo que no se resolverá hasta el final.

Pukata, pescados y mariscos, como su propio nombre sugiere, es una obra en la que las papilas gustativas jugarán un papel muy relevante, por lo que se recomienda leerla con el estómago lleno. Si hay algo que caracteriza a esta novela es la fusión, y Men Marías demuestra solvencia a la hora de mezclar sabores. Combina de una manera armónica las especias exóticas y los prejuicios nacionalísimos. Entrevera la nimiedad de una anécdota con la profundidad de reflexiones que escuecen de realidad. Entrevera las penurias y las lágrimas de la vida del inmigrante con sonrisas, esperanza y baile. Todo eso y una gastronomía que abre el apetito es lo que hace Men Marías en esta obra, aliñándola también con un sabrosa nota metaliteraria, pues uno de los personajes, entre fogones y cubiertos, alberga en su esencia el anhelo de escribir. Original y muy diferente en el planteamiento a lo que a priori esperaba, la recomiendo sin duda a golosos, sibaritas y amantes de la buena literatura.

 


sábado, 14 de septiembre de 2024

Hierro viejo, de Marto Pariente

Habitualmente, consignamos al verbo «enterrar» y a todos sus parientes semánticos al espectro más incómodo del léxico. Enterrar es, literalmente, sepultar algo o a alguien bajo capas de tierra. Lo asociamos indefectiblemente a la muerte, y mal encaminados no vamos, la verdad. Sin embargo, a menudo no somos conscientes de que, por lo general, casi todos tenemos experiencia en el arte de enterrar, con mayor o menor habilidad, con mayor o menor garantía de éxito. Por mil razones, tratamos de reducir pretéritos recientes o remotos—palabras, acciones, sueños, besos, vivencias, sentimientos— a diminutas cápsulas de ignominioso olvido y las sumergimos bajo estratos de apariencia y sonrisas prefabricadas. ¿Y qué es el olvido sino la muerte de quienes un día fuimos? El protagonista de la última novela que he leído lleva el acertadísimo nombre de Coveiro (enterrador en portugués) y ha sepultado bajo tierra negra su verdadero nombre y su identidad, ignorante de que el pasado resucita a veces como una bala que impacta en el centro del pecho. 

Hierro viejo (Siruela, 2024) es la tercera novela de Marto Pariente que ha caído en mis manos y que no he podido devorar porque me la he tenido que beber a sorbitos y volver atrás para saborearla como realmente se merecía. La obra ha sido definida como «western crepuscular» pero, más allá de etiquetas que encasillan más que definen, diré que me ha encantado. Ambientada en el entorno rural, agreste y decadente, de un pueblecito llamado Balanegra, Marto Pariente nos presenta a un protagonista, Coveiro, para quien los años no han pasado en balde. Tras numerosos años de una vida entregada a la violencia y a la clandestinidad, Coveiro se dedica ahora a cazar, a enterrar a los pocos difuntos del pueblo y a cuidar de su sobrino Marco, un chico cuya mente flota entre los márgenes de un espectro autista. En la imperturbable paz de Balanegra nota el viejo cómo se resienten sus articulaciones mientras mantiene a raya a los fantasmas de un pasado que quizá no quedó tan lejos como esperaba y regresa cuando el hijo mayor de Rubí de Miguel, diva propietaria de la mayor industria cárnica del país, muere y debe ser enterrado allí. El muerto al hoyo y los vivos a jugar a los trileros. Ahora lo ves, ahora no lo ves. Pero nadie cuenta con la presencia del insomne Marco, testigo involuntario del secreto mejor guardado, que se esfuma dejando junto a una fosa su inseparable cinturón de herramientas. La desaparición del chico revive el espíritu dormido de Coveiro, que hará lo que haya que hacer para saber. Hierro viejo no suelda bien, pero sigue golpeando.

Marto Pariente nos regala en Hierro viejo un estilo narrativo propio y difícilmente definible, como una constelación donde pasados y presentes brillan en el momento justo y necesario para crear la atmósfera y la singular melodía del conjunto. Capítulos breves, contundentes, y frases cortas como martillos que permiten que, desde el inicio, el lector perciba la voz propia de un autor con una habilidad especial para la ambientación. Prosa sencilla y a ratos dura donde sobresalen diálogos repletos de fuerza. Ritmo alejado de lo frenético pero en la senda de la urgencia. Un protagonista inolvidable que conjuga el cinismo de un ex sicario con la ternura del que protege a los suyos. Y si el protagonista es memorable, los secundarios —perfilados seguramente por alguna musa tarantiniana— no lo son menos e incluso amagan con hacerle sombra en algunos pasajes. No es necesario insistir en que la recomiendo, ¿verdad?




lunes, 2 de septiembre de 2024

Purasangre, de Noelia Lorenzo Pino


Valiente: capaz de acometer una empresa arriesgada a pesar del peligro y el posible temor que suscita. Eso dice la RAE. Y valentía es lo que hace falta para tratar ciertos temas sin mojigatería, con amplitud de miras y con una sensibilidad digna de admirar. Hablar de salud mental no es sencillo, gestionarla mucho menos. Nos supera el desconocimiento y nos pesa el estigma como una losa. Resulta sencillo, por ejemplo, contarle a alguien que tu padre ha superado un cáncer o que le han cambiado la medicación de la tensión. Fisio, quimio, magneto o quimioterapia tampoco suponen ningún problema. Sin embargo, ay, cuando tienes que confesar (sí, confesar, como si fuera un pecado, uno que nadie ha cometido) que semanalmente preparas un pastillero con varios tipos de drogas legales porque tu madre las necesita. Desayuno, comida y cena. Benzodiazepinas, feniltriazinas, pregabalina, duloxetina, olanzapina... Revestidas de incomodidad, vergüenza y culpa a ojos propios y ajenos. Hijas de la ciencia, víctimas de la ignorancia y los prejuicios y súbditas del oprobio. Carne de tabú por los siglos de los siglos. ¿Hablaremos algún día de ellas y de las patologías que tratan con la misma naturalidad con la que hablamos de otras disfunciones? ¿Y de las adicciones? No lo sé, pero es cierto que ayuda bastante que los autores metan el dedo en la llaga y ayuden a normalizar situaciones. Y si encima lo hacen con la solvencia, la elegancia y el buen hacer de esta autora, el beneficio es por partida doble. 

Purasangre (Plaza y Janés, 2024), de Noelia Lorenzo Pino, es la segunda entrega de la saga protagonizada por la oficial de la ertzaintza Lur de las Heras y la patrullera Maddi Blasco. Aunque son tramas de investigación independientes, recomiendo leer primero Blanco inmaculado (la entrega anterior), porque son multitud de detalles los que colean en esta de la anterior. La trama de Purasangre comienza al recibir Lur de las Heras en su casa la visita de su vecina Rosa, que fuera mejor amiga de su abuela, preocupada por la desaparición de su nieta Sua, una joven de dieciocho años aparentemente normativa, sin problemas familiares ni sociales conocidos. Al parecer, la chica no regresó a casa la noche anterior, y a priori no parece una desaparición voluntaria. El hecho de conocer a Sua desde que nació hace que Lur se reincorpore a su puesto (estaba de baja para tratar su particular dolencia, extremadamente limitante y sin diagnosticar) y se implique tanto personal como profesionalmente en el caso. Lur y Maddi, junto al pesimista Kirmen González y su compañero Mateo Algorta (que ya se tiene el cielo ganado) —dos agentes de la comisaría de Oiartzun que se incorporarán al departamento de casos de Irún— se enfrentarán a un caso que eleva a la máxima potencia el dicho de que las apariencias engañan. Tras la reconstrucción de los días previos a la desaparición de Sua, la investigación de su entorno, interrogatorios, revisión de cámaras, etc. La ertzaintza apenas encuentra pistas que seguir. Tan solo unos misteriosos mensajes recibidos en su app alertando del peligro que corre la chica del abrigo rojo desaparecida y una intrigante letra "C" que se repite los jueves en la agenda de Sua. Hilo a hilo, se irá trenzando el tejido de la atmósfera que rodeaba a la chica antes de desaparecer: miedo, secretos, responsabilidades impropias de una quasi adolescente, enfermedad mental, malas decisiones y una droga de alto nivel (la purasangre). De forma paralela a la trama policíaca, Noelia Lorenzo nos va dibujando la faceta personal de Lur y Maddi. La primera, condicionada por su extraña enfermedad y un brote de amor ineludible. La segunda debe lidiar con un marido infantiloide y celoso por sus logros profesionales que enturbiará la vida familiar usando a los niños como arma arrojadiza. ¿Lograrán mantenerse a flote y encontrar a Sua?? Para saberlo, tendréis que leer.

Como en Blanco inmaculado, los personajes de Lur y Maddi destacan sobre el resto. Dos mujeres fuertes, valientes, que se complementan y se entienden a la perfección. Heroínas de sus propias vidas imperfectas, como las de casi todos. A golpe de capítulo corto, con la prosa ágil, sencilla y cuidadísima que la caracteriza, Noelia utiliza en Purasangre una narración a dos tiempos. La voz del narrador del presente nos relata la investigación y las vidas de Lur y de Maddi. La voz de Sua nos habla del pasado reciente, de las semanas anteriores a su desaparición. Ingeniosa y muy bien hilada, la trama de Purasangre emociona y atrapa enseguida. Aunque es cierto que el ritmo de la misma no es frenético, se mantiene hasta llegar a un final que, por inesperado, deja al lector boquiabierto. Como dicen por estas tierras, oro "molío". Creo que queda claro que la recomiendo, ¿no?