domingo, 2 de enero de 2022

Ojo de pez, de Antonio J. Ruiz Munuera

Comienzo el año releyendo una novela que, en su día, me causó una honda impresión. Empezaba por aquel entonces mis andanzas por las letras de autores murcianos cuando me crucé con Ojo de pez, de Antonio J. Ruiz Munuera, publicada por Editorial Juventud. Recuerdo que, al acabarla, me quedé cabalgando entre dos sensaciones. La primera, positiva, debido a la calidad de la obra; la segunda, de cabreo por las tropelías perpetradas contra el medio ambiente en las costas murcianas (un asunto al que no se le ha puesto freno y mucho me temo que no se le va a poner). Casi cinco años después, tras leerla de nuevo, vuelvo a sentir lo mismo.

Lo primero que llama la atención de Ojo de pez es la original introducción de cada uno de sus dieciocho capítulos, que consiste en un fragmento de receta de diferentes guisos marineros. Este autor debe de tener también alma de cocinero, y de los mejores, puesto que el plato que nos presenta en la novela no podría ser más gustoso. Uno de sus ingredientes principales, el inspector de homicidios Lucas Daireh, de origen magrebí, disfruta de unas anheladas vacaciones cuando una inoportuna llamada lo manda todo al garete. Ha aparecido el cadáver de una joven en la costa cartagenera, más concretamente en La Algameca Chica. Una pobre toxicómana más, en principio. Sin embargo, el papel de periódico utilizado como envoltorio de un pastel de cierva comenzará a sembrar las dudas en la mente del inspector Daireh. Con la ayuda de una peculiar forense, de apellido Escarbajal, intentará esclarecer las circunstancias de la muerte de la chica. Un barco de Greenpeace fondeado en la Bahía de Portmán, una empresa minera de capital francés, unos agentes de la benemérita que, tal y como son presentados, provocan más náusea que admiración, serán los ingredientes restantes de una trama que, inevitablemente, podría resumirse en una de las afirmaciones más certeras de la novela: "El dinero lo compra todo, y el silencio y la vergüenza no iban a ser una excepción" (p. 74).

Con una prosa ágil y un lenguaje directo y coloquial (muy verosímil en los cambios de registro), patente sobre todo en los diálogos,  Antonio J. Ruiz Munuera nos propone en Ojo de pez una novela repleta de crudeza y, por desgracia, realidad, que despertará, si estuviera adormecida, la conciencia medioambiental del lector. Destacaría la maestría del autor para combatir la crudeza de la trama con humor (muy negro a veces) y con ciertas pinceladas de poesía. La misma pluma escribe, en la página 12, "El sol, ocupado en momificar a los turistas centroeuropeos que renegaban de su condición de sapiens, se regodeaba en la arena con sus cuerpos de mojama" y, poco después, en la 22, "Aunque fuese un contrasentido, me pareció una visión hermosa, una licencia poética robada a la muerte". Si tienen la oportunidad, disfrútenla. Merece la pena. 

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