YO SOY...
mis alas?
dos p pétalos podridos
mi razón
copitas de vino agrio
mi vida?
vacío bien pensado
mi cuerpo?
un tajo en la silla
mi vaivén?
un gong infantil
mi rostro?
un cero disimulado
mis ojos?
ah! trozos de infinito
Entrar en los versos de Alejandra Pizarnik es acceder, sin duda, a un universo complejo y oscuro, contemplar el paisaje luctuoso de un alma atormentada, poseedora de una intensidad y de una sensibilidad extraordinarias. Después de leer sus Diarios ya lo intuía, y la lectura y relectura de su Poesía Completa (Lumen, 2016) me lo ha confirmado. Leerla es caminar por las sendas de un “universo otro” y de un “lenguaje otro” (tal y como ella misma los definía en sus diarios) generados por la autora y que conquistan por completo al lector si este se deja llevar. Es acompañar a la siempre angustiada Alejandra en la búsqueda constante de su identidad, en la construcción permanente de su subjetividad, con el indefectible resultado de un vacío existencial absoluto. Buen ejemplo de ello es el poema que encabeza esta entrada, titulado “Yo soy...”.
Alejandra Pizarnik siente que no encaja en el mundo que la rodea, se siente outsider en su propia piel: “... sino porque una es extranjera/ una es de otra parte,/ ellos se casan,/ procrean,/ veranean,/ tienen horarios,/ no se asustan por la tenebrosa/ ambigüedad del lenguaje” (del poema “Sala de psicopatología”). Es por ello que se refugia en la poesía, y en ella vuelca su soledad, su desesperanza, su desamparo; en ella deja plasmado su interés por el lenguaje, por la naturaleza o por el silencio. Es el único mundo que puede habitar, y lo confiesa abiertamente al lector en sus versos: “Escribes poemas/ porque necesitas/ un lugar/ en donde sea lo que no es”.
Sus poemas, breves en su gran mayoría, nos expulsan forzosamente de nuestra zona de confort al prescindir en la mayoría de ocasiones de signos de puntuación, mayúsculas y demás convenciones literarias. Alejandra experimenta con nuevas formas estéticas de representar lo irrepresentable, o lo que ya se ha representado, pero desde un prisma diferente:
“pensemos en los dos
los dos tú + cielo = mis galopantes sensaciones
biformes bicoloreadas bitremendas bilejanas
lejanas lejanas” (del poema “Cielo”, publicado en La tierra más ajena, 1954)
Pizarnik reconoce la imposibilidad, la ineficiencia del lenguaje para representar la totalidad del mundo sensible: “no/ las palabras/ no hacen el amor/ hacen la ausencia/ si digo agua ¿beberé?/ si digo pan ¿comeré?”. Sin embargo, se aferra a ellas como a la tabla de salvación de un náufrago impenitente: “Tal vez las palabras sean lo único que existe/ en el enorme vacío de los siglos/ que nos arañan el alma con sus recuerdos”. Alejandra anhela liberarse de las imposiciones del mundo y del lenguaje, por lo que puebla sus versos de imágenes surrealistas nacidas del inconsciente, de lo onírico y de lo fantástico, por lo que a veces provocan una sensación de hermetismo, incluso claustrofobia, vértigo y perturbación (“vuelan uñas brazos anillos peces/ vienen sonidos azules rojos verdes”). Sus personajes son seres que, en la mayoría de ocasiones, escapan a la lógica de lo real, pues la autora no permite que las reglas de lo convencional gobiernen sus líneas:
“Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado”
Sus textos habitan las fronteras entre el silencio, la oscuridad, el erotismo y la muerte. Silencio, ausencia y soledad son sus sempiternos compañeros: “Yo no sé de pájaros,/ no conozco la historia del fuego./ Pero creo que mi soledad debería tener alas”. La noche es el escenario de muchos de sus poemas, y transporta al lector a la atmósfera sombría que evocan sus líneas. Nos sugiere colores oscuros, introspección y sentimiento de ausencia, pero también intimidad, sensualidad y añoranza de lo que hemos perdido o ni siquiera tuvimos nunca (“La noche, de nuevo la noche, la magistral sapiencia de lo oscuro, el cálido roce de la muerte, un instante de éxtasis para mí, heredera de todo jardín prohibido”, extracto de “La palabra del deseo”, publicado en El infierno musical, 1971). Utiliza la experiencia corporal como recurso: colores (los usa con gran valor simbólico), sonidos y sensaciones son elementos muy presentes en los versos de Alejandra, y en muchas ocasiones van impregnados de un gran erotismo. Para ella, el cuerpo no es el arma del pecado, sino el instrumento de comunión con el otro, el cáliz depositario de lo convencionalmente prohibido: “Ella se abandona en la tregua/ originada por la noche. Dentro de/ ella todo hace el amor). La muñeca (como símbolo de su infancia y su fingida orfandad), el viento y las lilas, la locura (como estado que posibilita nuevas formas de percepción), el jardín o el bosque (como lugares donde otra realidad es posible) son elementos recurrentes en sus líneas. También recurre a menudo a los espejos, como espacios alternativos donde a la fuerza nos vemos reflejados y nos obligan a encontrarnos y a traducirnos a nosotros mismos: “Ella es su espejo incendiado, su espera en hogueras frías, su elemento místico, su fornicación de nombres creciendo solos en la noche pálida”; “La que fue devorada por el espejo/ entra en un cofre de cenizas/ y apacigua a las bestias del olvido”.
La poesía de Pizarnik, aunque teñida de negrura y de muerte, es brillante en su propia oscuridad. Leerla es adentrarse en un espacio literario que te toca, que te impregna hasta los huesos y que te deja inevitablemente un poso de su melancolía. A veces, es un golpe duro y seco en el alma, otras veces un desgarro que se prolonga en el tiempo, sobre todo cuando, por motivos que no vienen a cuento, empatizas con el yo poético y comprendes (los diarios ayudan) qué intenta transmitir (o al menos crees comprenderlo). Su intensidad y su sensibilidad se hacen más patentes si cabe cuando llora a su primer “amor” (si es que podemos llamarlo así, no me queda muy claro), cuando le escribe a su R. (le dedicó todo un poemario), aun sabiendo que todo intento iba a ser en vano, versos que hacen estallar el corazón en mil pedazos:
“tú me desatas los ojos
y por favor
que me hables
siempre”
Belleza desgarradora. Asomarse a un pozo negro y tocar el fondo con las yemas de los dedos. Llueve. Y el alma duele.
“Y yo caminaría por todos los desiertos de este mundo y aun muerta te seguiría buscando a ti, que fuiste el lugar del amor” (del texto “El sueño de la muerte o el lugar de los cuerpos poéticos”, publicado en Extracción de la piedra de la locura, 1968)
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