domingo, 10 de enero de 2021

Afán de certidumbre, de José Cantabella.


 

Que nada me robe

los momentos de dicha

que me otorga el maravilloso elixir de la poesía

cuando leo unos bellos versos

sentado en un banco de la plaza solitaria,

en unos momentos en los que me hallo sólo

ante mis miserias y mi grandeza.


Comienzo esta entrada con los versos centrales del poema “Felicidad”, una de las treinta y cinco composiciones que dan vida a Afán de certidumbre, primer poemario publicado de José Cantabella. Leer la poesía de este autor es precisamente eso, experimentar unos instantes de “dicha” que protegen contra las tormentas de incertidumbre que azotan el mundo, por fuera y por dentro. Son un remanso afable de letras, un refugio amable que conjura la zozobra.

Si en el relato Cantabella mezclaba lo cotidiano con lo fantástico o lo extraordinario, me atrevería a afirmar que el pilar que sustenta su poesía es la realidad, el hambre de momentos del día a día, el anhelo y los sueños de andar por casa, y alguna melancolía acostumbrada. Se insinúa en los versos del poeta un alma sensible a la que sorprende cada mañana la posibilidad de ser feliz (“Nuevo día”), un alma que celebra el amor (“Celebración del amor eterno”) o las gotas de lluvia al caer (“Lluvia”). Se plantea incluso el difícil reto de armonizar los tiempos del amor y la literatura (“Pacto”). Y me ha ganado para siempre al cuestionar, en “No más cuentos”, el papel de víctima de Caperucita, pues a mí siempre se me figuró un cierto deseo de la chica encapuchada de que se la comiera el lobo (“Perdona el atrevimiento, Caperucita,/ pero no me creo tu cuento.”)

Cantabella construye Afán de certidumbre con un lenguaje sencillo que provoca una conexión inmediata con el lector, que podrá reconocerse sin dificultad en más de una línea del poemario. Es quizá esa sencillez, esa ausencia de artificio, la que aporta luz a los poemas, incluso en los matices tristes; una naturalidad que destila emoción por cada uno de sus poros y nos regala notas de una música limpia, inocente y serena. Creo que es esa melodía apacible, sosegada, el nexo común, el pegamento que aglutina las diversas composiciones de la obra. Un poemario que gana a un tiempo fuerza y candidez con las ilustraciones (de Francisca Fe Montoya) que acompañan a los versos, aunque quizá lo que ocurre es que son parte de ellos. O el poeta dio instrucciones muy claras y precisas al respecto, o la ilustradora interiorizó a la perfección el alma de los poemas, porque el resultado es hermosísimo.

Y, aunque por motivos personales no puedo olvidarme de los bellos y enigmáticos ojos de Ariadna, les dejó este poema para que puedan comenzar a apreciar el brillo emotivo de la poesía serena de Cantabella:


TU NOMBRE


Algunos nombres

se difuminan con el paso del tiempo

borrándose para siempre,

creando a su alrededor

una impalpable cortina de humo

de la que jamás se liberan.

Sin embargo, otros

quedan grabados perpetuamente

como un tatuaje en la memoria

y son recordados a cada instante

en todos los momentos de la vida.






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