martes, 8 de diciembre de 2020

La sinagoga del agua, de Pablo de Aguilar González


 

Hace quinientos años una simple frase escrita en un documento perdido definió mi futuro. O al menos, señaló un camino que yo no hubiera encontrado solo.

Con esas líneas se abre la puerta a La sinagoga del agua, última obra publicada de Pablo de Aguilar González. Con esas palabras comienza a relatarnos Dante los imprevisibles resultados del universal y eterno efecto mariposa, que provoca que arrancar a un recién nacido de los brazos de su hermano a finales del siglo XIV tenga consecuencias en la vida de varias personas casi seis siglos después.

Pogromo de 1391. Los Cerros, Úbeda, Jaén. Una jauría de cristianos exaltados entra en tromba en una sinagoga, diezmando considerablemente la comunidad judía allí reunida para la celebración del rito circuncidador. Un aterrorizado niño de ocho años escondido en una tinaja con el recién circuncidado en brazos, lágrimas en los ojos y una promesa atenazándole la garganta. Francisco, un albañil cristiano cuyo vástago muerto a los pocos días de nacer le ha sembrado el alma del odio y la sinrazón más absolutos. A bebé muerto, bebé puesto. Unos ojos que se anegan de tristeza, unas vidas que a partir de ese momento girarán en torno al silencio y los remordimientos.

Año 2007. Dante y Mara acaban de finalizar sus estudios de Historia en la universidad. Una peculiar sonrisa desdentada en un tablón de anuncios los llevará hasta esa misma población de Los Cerros para trabajar en las excavaciones de lo que parece ser una sinagoga descubierta gracias a unas obras junto a la vivienda del antiguo inquisidor. Investigando, descubrirán la historia de la sinagoga, que cambiará su vida de modo distinto, pero igual de sustancial, a cómo se la cambió a sus primeros inquilinos. El aleteo de las alas de la mariposa de las circunstancias provocará que se cruce en su camino la arrolladora Elena, la de la sonrisa perenne, la mujer insaciable, la que guarda un terrible secreto que ensombrece en ocasiones su mirada limpia.

Pablo de Aguilar entremezcla en esta obra, de manera equilibrada y original, dos tramas temporales donde se entrelazan pasado y presente, con la sinagoga como fondo, símbolo y nexo de unión entre ambos. La narración omnisciente del pasado sitúa al lector a finales del violento y desgarrador siglo XIV, partiendo de un acontecimiento desolador relacionado con la sinagoga y sus antiguos moradores, hasta llegar a 1492, año en el que el Edicto de Granada de los Reyes Católicos expulsa definitivamente a los judíos de España. Destacar, en esta trama, la maravilla de construcción de la ambientación histórica de aquella sociedad plena de ignorancia, intolerancia e hipocresía. En el hilo temporal tejido en la actualidad, el lector encontrará los recuerdos de Dante en primera persona. Dante de Alcaraz. El conflicto casi permanente entre quién se es y quién se quiere ser. La sinagoga o la granja. El amor que se le escapa entre los dedos como agua de arroyo mientras ignora deliberadamente que ese amor nunca ha existido. ¿Dónde confluyen ambas líneas temporales? ¿Derribarán los vestigios de lo que una vez fue o los conservarán en detrimento del beneficio inmobiliario? Tendrán que leer la obra para averiguarlo.

Novela de corte histórico (impresionante el conocimiento sobre los rituales judaicos, sobre todo el de la muerte, y de los tejemanejes interesados de la Inquisición) pero a la vez novela de sentimientos, de identidades escondidas, de desasosiegos de la conciencia, de amores y odios, de pasiones arrebatadoras. Prosa sencilla pero pulcra y cuidada. Tramas bien construidas y ensambladas. Ritmo ágil. Pareciera que las páginas se pasan solas. Y, ante todo, otra evidencia más de la gran solvencia de Pablo de Albacete a la hora de dibujar personajes inolvidables, profundos, emotivos, centrándose en el componente humano. Personas normales y corrientes, complejas, con sus luces y sus sombras. Definitivamente humanos y verosímiles. 

Espectacular, como diría el Gran Maestro.

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