«Este libro es […] como un catálogo numismático (donde la riqueza y el brillo fulgen en cada una de las monedas) o como una colección de mariposas (en que la belleza nos sorprende y atrapa desde el sedoso interior de las vitrinas). Esas monedas y esas mariposas son las protagonistas indiscutibles del gozo estético. Nadie tiene por qué recordar –y está bien que así sea– el nombre del coleccionista.»
Esto dice Rubén Castillo en el Pórtico de Palabras en el Tiempo. Miguel Espinosa y La Verdad. Pero el Sr. Castillo me va a permitir que discrepe (a ver qué remedio le queda al pobre hombre): yo sí me quiero acordar –y espero que la memoria se quede de mi lado en la batalla del tiempo– del coleccionista que tan minuciosa y rigurosamente fue sumando palabra tras palabra, artículo tras artículo, opinión tras opinión, para componer este completo y esclarecedor “análisis” de la obra de Miguel Espinosa. En primer lugar, porque gracias a él he conocido al sujeto analizado (simple casualidad, pero es de agradecer su afán de difusión y de despertar el interés por sus letras). En segundo lugar, porque tras haber leído Palabras en el Tiempo me siento algo menos “mermada intelectualmente” (uno no se acerca a este escritor y así, por las buenas, consigue comprender siquiera una millonésima de su complejidad). Y, en tercer lugar, porque me encanta mirar las mariposas (si puede ser en su gracioso vuelo y no en una vitrina, mejor que mejor, pero, dado que las mariposas espinosianas ya no volverán a agitar las alas, se agradece poder contemplarlas al menos en la serena belleza que no les arrebató la muerte).
En las primeras 152 páginas de Palabras en el Tiempo se nos muestra, con un mimo y una meticulosidad dignos de elogio, el rastro “mediático” que fue dejando la figura y la obra de Espinosa desde 1975 a 1991. Trascendió las fronteras murcianas y nacionales y hasta el país de las barras y las estrellas viajó la obra de este autor del que yo nada sabía, en boca de escritores, críticos literarios y profesores que habían percibido su “pasmo” al escribir y su modo de aunar vida y literatura con solo respirar. De entre todos los preciosos datos, testimonios y opiniones que nos regala el Sr. Castillo, sin duda dos se me han antojado especialmente reveladores. El primero, y por razones objetivas, la entrevista a Espinosa por parte de García Martínez publicada en el Suplemento Dominical el 30 de julio del 1978 (pag. 27-39) y los comentarios analíticos posteriores de nuestro coleccionista (pag. 39-43). Entrevista y comentarios permiten al lector, y cito textualmente de la obra «acceder al auténtico núcleo del pensamiento espinosiano» y a mí, particularmente, me responden unas cuantas preguntas que me rondaban la sesera desde que terminé la lectura de Escuela de Mandarines, a la par que me instruyen en otras cuestiones que ni siquiera me había planteado. La segunda de estas revelaciones es una oración que leí, subrayé y (con algunos matices, por supuesto) aplaudí casi al instante, extraída del artículo titulado “Un disenso literario”, firmado por el crítico Santiago Delgado (casualidades, profesor mío de Lengua y Literatura Españolas el primer año de carrera) y publicado en el “Suplemento literario” número 40. Reza así: «Por causa, qué duda cabe, de una insuficiencia literaria mía, sucede que no aprecio ni entiendo la narrativa de Miguel Espinosa». Entiendan que me encontré con esta frase poco después de la primera lectura de La Tríbada Falsaria y, matizando un poco lo del aprecio, me sentí totalmente identificada con la afirmación. Leyendo a Espinosa se siente uno muy insignificante, muy “poco”, y hallé algo de consuelo en no saberme sola en esta cuita. Ahora, tras una segunda lectura, y tras Palabras en el Tiempo, podría parecer que he dado un minúsculo, casi imperceptible, paso hacia delante en una ignota senda del bosque de este enorme bosque, espinoso y espinosiano.
De la pag. 155 hasta casi el final, el Sr. Castillo nos vuelve a ilustrar (muy acertadamente, en mi modesta opinión) con la actualización de algunos de los testimonios vertidos décadas atrás por parte de algunos y algunas que contribuyeron a la difusión nacional e internacional de la figura y las letras del caravaqueño. Es casi divertido apreciar como muchos afrontan el reto de revisar palabras pretéritas con cierto temor, ¡pero con qué arte lo solventan! De entre todos ellos aprecio especialmente el del Sr. Delgado, titulado “La Escritura Intransitiva” (mira que solo recordar de él sus lecturas en voz alta de Carpentier y la Gramática Española de Alarcos Llorach...), y “Desde la altura de un dios”, de Pascual García (otra vez me aparece este nombre y esta magnífica forma de escribir. Parece que el destino esté empeñado en que programe un viaje por sus letras...). A modo de colofón, el coleccionista de mariposas nos obsequia en su Anexo Necesario (pag. 213-220) con algunas de las frases que más le sedujeron en su día (habría que preguntarle a él si en acercamientos posteriores ha subrayado alguna más). Este anexo me place especialmente, ya que, al igual que muchos atesoran abultados volúmenes de fotografías, yo coleccionaría las frases que me han conmovido a lo largo de los años. En muchas coincidimos.
Habiendo leído Palabras en el Tiempo, se concluye de forma clara y nítida que Espinosa tuvo valedores por decenas (inclúyase al mismísimo Tierno Galván entre ellos) y admiradores algunos más. Que siendo una persona que quería vivir «clandestino al mundo», cautivó, a pesar de pero gracias al paripé institucional, el intelecto de muchos en la desde mediados de los 70 hasta los 90 con su literatura y con su persona. ¿Por qué entonces es tan poco conocido? ¿Por qué se le ha olvidado? ¿Por qué es tan necesaria la encomiable labor de personas como Rubén Castillo para que los demás lectores podamos siquiera soñar con rozar el verbo de autores como Espinosa? ¿Dónde están las instituciones que tanto le alababan? Personal y honestamente, no voy a declararme adicta a los modos ni a la prosa de Espinosa, al menos no todavía (me percibo ahora lectora en pañales, en la prehistoria del manejo del lenguaje), pero si confieso haber vislumbrado un horizonte que me apetece ir descubriendo sorbo a sorbo. Y no puedo más que reiterar: ¡gracias, Sr. Castillo!
Siempre seré yo el agradecido. Muy amable. Un saludo desde mi trinchera de libros.
ResponderEliminar