miércoles, 29 de septiembre de 2021

Los viajes de Ariadna, de Jose A. Jiménez-Barbero

 


Hay escritores que son grandes escritores, otros que son grandes narradores, otros que combinan los dos aspectos y otros pocos que forman parte del santuario particular de un lector. En mi caso, Jose A. Jiménez-Barbero es uno de estos últimos. Podría decirse que fue el autor que inauguró mi idiosincrático y caótico olimpo de dioses literarios con El niño que no quiso llorar hace ya unos cuantos años (no recuerdo cuántos con exactitud), por lo que le guardo un cariño especial. La razón de que no estén todas sus publicaciones en el blog es porque su lectura fue bastante anterior al nacimiento de Libridinosum, pero mi intención es ir recuperándolas poco a poco y dejar por escrito mis impresiones, a modo de homenaje a uno de los dos únicos autores (hasta la fecha) que ostenta el (dudoso) honor de haberme hecho llorar mientras leía.

La novela que hoy rescato de mi altar se titula Los viajes de Ariadna y fue publicada en septiembre de 2017 bajo el sello de Adaliz Ediciones. El argumento de la obra gira en torno a Ariadna, una joven que se enamora de Armando Comesaña, militar de profesión y, en principio, paradigma de hombre ideal, y decide unir su vida a la de él. Una vez finalizado el sagrado trámite del matrimonio “como Dios manda”, el novio educado, cortés y enamorado comienza a mostrar su verdadero rostro y se transforma en un marido autoritario, violento y despiadado que le regala bofetones como quien regala rosas, insultos por doquier y palizas brutales para instaurar en su hogar el reinado del miedo. Ni siquiera un embarazo ni el nacimiento de su pequeña Lucía aplaca el carácter irascible y agresivo de Armando. El hombre ideal de Ariadna resulta ser un maltratador de manual, y su proyecto medieval de vida se orienta básicamente al dominio absoluto de su esposa mediante la violencia física y el ultraje psicológico. Ariadna soporta estoicamente el maltrato, por esa maldita forma en que hasta ahora la sociedad nos ha educado a las mujeres (por el bien de su hija,  por los trapos sucios que se lavan en casa, por la importancia de la familia, por el sustento económico…), hasta que un don peculiar de herencia familiar la pone sobre aviso: su espíritu puede desplazarse transgrediendo los límites del tiempo y del espacio y es capaz de prever ciertos movimientos de su agresor. Tiene que huir y esconderse, y durante un tiempo lo consigue; pero el despreciable, maníaco y obsesivo monstruo de su marido no se resignará a dar por perdida su propiedad más rebelde y emprenderá una búsqueda frenética (y delictiva) hasta encontrarla. ¿La avisará su espíritu? ¿Logrará Ariadna burlar definitivamente a la muerte alojada en los ojos inmisericordes del cazador? Tendrán que leerlo para averiguarlo.

Todo en Los viajes de Ariadna –tema, trama, construcción de personajes, lenguaje y modo- conspira desde la primera página para despertar el interés y la empatía del lector. La expectación inicial se torna incomprensión, impotencia, rabia y dolor. En algunas escenas, pareciera que una mano de acero le estrujara a uno el corazón y las entrañas. Las lágrimas se deslizan por las mejillas sin que se pueda hacer nada para evitarlo. Otras escenas son de una ternura infinita y se leen con un nudo de emoción en la garganta: se me ha grabado en el alma la llegada al mundo de la pequeña Lucía y los primeros momentos en brazos de Ariadna. Es una maldita habilidad que tiene Jose A. Jiménez-Barbero la de tocar la fibra más sensible y conmover al lector hasta límites insospechables. Lo peor de esta obra es, sin duda, que se lea cuando se lea, será siempre de rabiosa actualidad, puesto que el tipo de maltrato que relata con pulso firme y preciso no parece que vaya a dejar de lastrarnos como sociedad, al menos durante un tiempo. Ojalá llegue un día en que podamos decirle al autor que su novela ha pasado de moda. Ojalá todas las Ariadnas del mundo se rebelaran antes de sufrir lo indecible porque las han educado de otra forma, libres y con autonomía suficiente para sentirse seguras. Ojalá muchas personas leyeran esta novela, absorbieran todo el contenido sociólogico, psicológico y emocional que empapa sus líneas, y reflexionaran.


martes, 28 de septiembre de 2021

La mansión de los mutantes, de Paco López Mengual

Esta mañana, recién despierta, tocaba elegir la nueva lectura que me acompañaría durante el día. El aforo de mi mochila hoy demandaba que las dimensiones de la obra fueran reducidas, por lo que he optado por La mansión de los mutantes (Tres Fronteras, 2008), de Paco López Mengual.  Dado que no estaba yo hoy muy social, el café y la comida en silencio me han dado la oportunidad de devorar sus 57 páginas. Como ya me ocurriera con Hegel en el tranvía, de Rubén Castillo, es maravilloso constatar lo grande que puede ser una obra tan pequeñita en tamaño.

López Mengual nos ofrece en esta plaquette un relato y dos cuentos. El relato (que da nombre a la obra), "La mansión de los mutantes", cuenta la historia de un empresario circense cuya actividad se centra en la exhibición de criaturas insólitas a lo largo y ancho de Europa, allá por los años 20 del siglo pasado. La llegada de la Segunda Guerra Mundial y, posteriormente, la Guerra Civil española llevan su negocio a la ruina, haciendo necesario que toda la troupe se embarque con destino a lo inesperado. El primer cuento, "La poza negra", oculta el misterio de la desaparición de un hombre en una poza y las consecuencias que de ella derivan. "El cazador de sirenas", el segundo cuento, relata la experiencia que llevará a un buscador de criaturas mitológicas a abandonar la caza de sirenas.

En un magnífico homenaje al realismo mágico y, en ocasiones, al surrealismo, La mansión de los mutantes ofrece al lector esas historias que le hacían abrir mucho los ojos de niño, narradas con una concisión admirable desde el cariño, la ternura y la inocencia. No dejen de leerlas. Su espíritu lector se lo agradecerá. 

lunes, 27 de septiembre de 2021

El mapa de un crimen, de Paco López Mengual

Ya me habían advertido que Paco López Mengual era un narrador excelente y que junto a sus letras me aguardaban muchas horas de gozo lector. Quien me lo dijo no se equivocaba (casi nunca se equivoca), como bien he podido comprobar tras la lectura de El mapa de un crimen (Maeva, 2016). López Mengual vuelve a apuntarse un tanto literario utilizando un trasfondo tan manido como podría ser la posguerra en una pequeña ciudad del Levante español y enfocándolo de manera diferente, rompiendo la linealidad temporal, ampliando o reduciendo la perspectiva según sus intereses narrativos, desestructurando las tramas en diferentes piezas con un resultado verdaderamente eficiente a la hora de captar y mantener la atención del lector.

El primer capítulo de El mapa de un crimen lo abre un narrador en primera persona que, ya de adulto, no puede olvidar la historia que cada día le repetía su madre a la hora de la merienda: la muerte de Joaquín Maqueda, boticario y comunista irredento, a manos de Matías el Garra, fascista y enamorado hasta las trancas de Isabel Coy (la joven prometida de Maqueda). Tenemos un crimen, conocemos la identidad de víctima y verdugo, y sabemos el motivo. ¿Qué nos queda por averiguar, pues? Conforme el lector va avanzando en las páginas, descubrirá que, a pesar de disponer de los datos más relevantes en cualquier investigación, en realidad no sabe nada. Tendrá que remontarse al pasado de los diferentes personajes para comprender. Necesitará ir colocando en su lugar correspondiente cada una de las piezas en forma de tramas  que le ofrece López Mengual para poder apreciar la imagen del puzle completo. Qué consecuencias tuvo la guerra para ellos; qué sensación de fracaso arrastra cada uno y por qué; qué luz de esperanza les proporciona aliento. Será necesario volver al presente, a un presente póstumo, para constatar que, una vez más, las cosas no son lo que parecen. Conflictos familiares, ideologías políticas, misiones frustradas, sentimientos a varias bandas y el amor todopoderoso que todo lo vence serán parte de los ingredientes de una receta culinaria de alta calidad aliñada con la prosa de un maestro narrador.

Otro acierto de López Mengual en El mapa de un crimen es permitir a los lectores que ellos mismos elaboren ese mapa con la ayuda de los trazos que el dibuja. No lo cuenta todo, no lo explica todo de manera lineal y directa, sino que confía en el potencial de la mente lectora para despejar las incógnitas. Es francamente de agradecer el que un autor se apoye en la implicación y en la complicidad del posible lector para desvelar misterios. Gran obra, gran autor, sonrisa en mi cara. 

miércoles, 22 de septiembre de 2021

Soledad de mirlo ebrio, de Carlos del Moral

Vuela entre la multitud un mirlo que aúlla su dolor entre el bambú negro de las]
ciudades sin alma.
El amor es puro sexo que se derrite entre los dedos. Una epístola a la muerte.]
Un sijei empapado de sangre placentaria.

En ocasiones, reservamos un artículo preciado para un momento especial. Un vino, un perfume, una prenda íntima pueden esperar pacientemente hasta que aparezca la circunstancia propicia para su disfrute. Yo he guardado un libro durante un par de meses. Decidí no leerlo tras los dos anteriores de su autor para gozar más el placer anticipatorio. Lo miraba cada día en su estantería y luchar contra la tentación de fisgar un poco entre sus páginas me hacía sonreir. El pasado fin de semana (no preguntéis el motivo, porque lo desconozco) supe que había llegado el momento, y por fin desvelé los misterios de Soledad de mirlo ebrio, de Carlos del Moral. Y fue todo un premio.

Soledad de mirlo ebrio (Canalla Ediciones, 2017) es un orgasmo lento e intenso disfrazado de poemario. El primer paso para comenzar a saborearlo es olvidarse de quien uno cree que es y fluir con sus líneas hacia el punto exacto donde la humedad destruye mapas y brújulas. Carlos del Moral escoge al mirlo, ave territorial y con cierto apego a la soledad, para sobrevolar el mundo y desordenarlo con palabras. A veces le huele el universo a flor que se abre para él; otras, a rama de cerezo japonés y a penas travestidas de origami. De vez en cuando el mirlo se transforma en lobo (del que me confieso adicta) y le aúlla a la luna para conjurar la oscuridad y la nada. O en perro callejero que mea todas las esquinas de tu piel para marcar su territorio. Muchas noches, el mirlo se vuelve fuego o lluvia entre las piernas de una mujer. O huye de la muerte mirándola a los ojos.

Igual que en Follándome la vida, jodiendo la muerte, en los 104 poemas de Soledad de mirlo ebrio el autor combina observación, experimentación, alma e instinto (cerebro, corazón y tripas) sin censura de ningún tipo. Todo es natural en él, en su sintaxis retadora y en su semántica del yo profundo: la tristeza, el desapego, el vicio inyectado en vena, el amor y la muerte. Todo en sus versos se confabula para volarme la cabeza, en un sentido o en otro. Para que las sensaciones y emociones sean tantas y tan dispares que esta entrada de blog solo la pueda escribir desde las entrañas. Y así lo hago, con la esperanza de que aquellos que la lean puedan captar algo en medio de esta tormenta.

Si tuviera que dejarles aquí todas las líneas de Soledad de mirlo ebrio que me han marcado, probablemente el autor o la editorial me demandarían por publicar en esta entrada el contenido casi íntegro del poemario. No obstante, y para terminar, les dejaré algunas seleccionadas al azar:

«Devoré las ovejas que cuentas, para tenerte
despierta
todas las noches.» (XII)

«Nunca supe quién era, hasta que aprendí a
lamer
todas las letras de tu tristeza» (XIII)

«Esta pequeña muerte,
te multiplica ante mis ojos; en un tornado de
gemidos.» (XXI)

«Busqué por los sótanos del cielo, la raíz de tu pelo;]
esa maraña que se enreda en mi boca.
Hallé tan solo,
un escarceo de mis dedos.
Adoro mojarlos
en el agua de tu agujero, olisquearte hasta
la noche llevando mi pico erecto.» (XXXIV)

«Ya sabes que te miro a escondidas porque es cuando se]
adivina
tu texto no escrito.» (XLIII)

«... Quiero crear una
noche eterna,
construir mensajes cifrados entre tus piernas.]
Vivir es escuchar
cuando te corres,
a pleno pulmón ahogado.» (XLVIII) 

sábado, 18 de septiembre de 2021

La memoria del barro, de Paco López Mengual

No sé qué tendrá Molina de Segura, pero alberga entre sus calles a un nutrido grupo de autores de primera calidad. Será que aquel supuesto meteorito impregnó la tierra del mejor arte literario y de cuando en cuando sus efluvios permean los espíritus predispuestos a la magia de las letras. Y es que el autor de cuyas obras me propongo disfrutar ahora también es molinense (este de nacimiento). Su nombre, Paco López Mengual. Su profesión, mercero.  Su poder, una habilidad pasmosa para contar historias. He tenido el privilegio de escucharlo contar alguna de viva voz y la experiencia ha resultado francamente cautivadora.

Mi primera aproximación a este autor, como casi siempre, viene de la mano de su primera obra publicada. Se titula La memoria del barro y fue publicada por primera vez en 2005 por Ediciones Las cuatro y diez; nueve años después, en 2014, la reeditaría con mucho acierto La Fea Burguesía. Yo tenía el capricho de leer la primera edición, así que recurrí a la biblioteca y a mediados de esta misma semana ya la tenía entre mis manos.

En La memoria del barro, López Mengual sitúa como eje de la narración una pieza de la imaginería religiosa que tan profusamente floreció en la capital murciana en el s. XVIII. El relato arranca a finales de ese ilustrado siglo, con el encargo de la familia Funes de un Niño Jesús de unas determinadas características al taller de Salzillo. El escultor muleño Roque López (discípulo del afamado artista) se encarga de elaborar la talla, concibiéndola y ejecutándola a imagen y semejanza de uno de los recuerdos más gratos de su infancia, y obteniendo un resultado hasta entonces nunca visto en el campo de la imaginería que fascinará a más de una y a más de uno de los que lo contemplen. En torno a esta talla y su ubicación en la iglesia de Nuestra Señora del  Rosario de Murcia (no la busquen, pues fue reducida a escombros al inicio de la Guerra Civil) girarán dos siglos de historias con las que el autor deleitará al lector, contándolas de una forma que lo atrapará desde el principio. La niña Elena que se enamora del Niño y le promete no casarse con nadie que no se parezca a él. Su posterior boda con trágico desenlace (tragicómico, porque yo me he reído mucho) y el origen de su prometido. La virgen de la regla y el emisario papal. Conquistadores, putas, damas engañadas, procesiones peculiares, bandoleros e incluso piratas conviven en sus páginas junto a sacerdotes, obispos, monaguillos y sacristanes y hasta con el mismísimo Fernando VII. Intentos de ilustración, tramas milagrosas urdidas en pos del beneficio económico y enajenaciones místicas serán algunos de los ingredientes de este compendio de tramas a través de las cuales vislumbraremos la evolución de la sociedad murciana durante dos siglos; constataremos el poder de la rumorología, así como la coexistencia de la devoción sincera, la beatería de postureo y el anticlericalismo más radical en los últimos años de la República. Habrá momentos que acongojen al lector, pero habrá muchos más que lo hagan sonreír e incluso reír a carcajadas, porque la frescura, el desparpajo y la retranca con los que Paco López Mengual relata bien lo merecen.

Conclusión: que he disfrutado mucho con la primera incursión en las letras de López Mengual, que es un narrador excelente que aúna elegancia y sentido del humor, y que me froto las manos al pensar que esta es solo la primera de sus obras, que me quedan bastantes más por disfrutar. 

miércoles, 15 de septiembre de 2021

Aventuras de Rufus, de Manuel Moyano

Es una sensación extraña esta de escribir en Libridinosum sobre la única obra de Manuel Moyano que me quedaba pendiente de leer. Aunque lo he dosificado para que se alargara en el tiempo, el final de la lista ha llegado, y lo ha hecho en forma de relato de aventuras para peques y no tan peques. Aventuras del piloto Rufus (Raspabook, 2017) es una divertida propuesta de narrativa junior que interesará seguro a los espíritus inquietos y soñadores, a las almas viajeras, exploradoras y trotamundos.

En esta ocasión, Manuel Moyano nos presenta a Rufus, un personaje peculiar que ha ejercido un sinfín de oficios, siendo su favorito el de aviador, y ha vivido gran número de aventuras. De entre todas sus peripecias, selecciona cuatro para contárselas al lector, ya advirtiéndole en la "Presentación" de que, por inverosímiles que parezcan, ocurrieron en realidad. Nos narra, por ejemplo, la ocasión en que el motor de su Pawnee se averió, cayendo en medio del mar. Cuando despertó, lo hizo en una isla, no consignada en ningún mapa, donde iban a parar todos los niños y niñas extraviados en el mundo ("La Isla de los Niños Perdidos"). Nos cuenta también la vez en que su amplia experiencia como aviador le granjeó el acceso a uno de los secretos mejor guardados de la historia: lo que se oculta al final del arcoiris ("La Fábrica del Arcoiris"). O cuando creó una empresa de desratización y ayudó al Coronel Cornelius a devolver la calma a la población de Perigallo al desvelar el misterio de las ratas gigantes ("Odisea en el Planeta Basura"). Por último, nos referirá una curiosa historia en la que se vieron involucrados la doctora Doris, el Coronel Cornelius y él mismo y un estrafalario artefacto destinado a la pérdida de peso ("La Máquina de Adelgazar").

Con un estilo sencillo y asequible para los lectores más jóvenes, pero sin renunciar un ápice al marchamo de calidad característico de la prosa de Moyano, en Aventuras de Rufus el autor nos vuelve a demostrar su solvencia como narrador, su versatilidad como escritor y su don para crear magia. Anímense y disfrútenla. No se van a arrepentir. 


martes, 14 de septiembre de 2021

Hijos del Pecado, de Carmen Martínez Pineda

De una manera u otra todos portamos, seamos conscientes de ello o no, heridas en nuestro equipaje de años. Algunas de esas heridas sanan con el paso del tiempo, dejándonos cicatrices que dibujan el mapa secreto de nuestra historia personal. Otras heridas nunca cierran, o cierran solo de manera superficial, supurando humores acibarados que emponzoñan la existencia, la propia y la ajena, y perpetúan el dolor de un pasado que fagocita el presente. Esto último les ocurre a la mayoría de personajes de Hijos del pecado (Raspabook, julio de 2021), de Carmen Martínez Pineda, condenados a cadena perpetua en el cenagal de los recuerdos.

Con pulso firme y una prosa magnífica, Carmen Martínez Pineda nos ofrece en Hijos del pecado la posibilidad de ensamblar, pieza a pieza, capítulo a capítulo, la historia de una familia marcada por el drama. El pistoletazo de salida llega en 1999 con la muerte de Vicente, un discapacitado intelectual de veinticinco años, que deja a su familia al borde del precipicio de la memoria non grata. La autora buceará a partir de ese momento en los recuerdos de sus padres –Candela y Gerardo–, de su abuela Concha y de su hermano Ginés, que se bate a pecho descubierto con sus dos peores enemigos: el remordimiento por la muerte del hermano y su orientación sexual. Enlazará esta trama cercana en el tiempo con otras de los mismos personajes y otros familiares suyos en el levante rural (más concretamente en la huerta de Murcia), remontándose incluso a los últimos años de la Segunda República. Nos irá dibujando por capítulos la historia de la abuela Concha y de su hija Candela, la de la tía Angustias y el tío Herminio, que enmarcarán la trayectoria de la prima Margarita, la de Juan Antonio el Sin dios y Fuensanta de Fanjul. Vidas todas marcadas por la miseria de su entorno rural, por la Guerra Civil y, sobre todo, por el yugo cristiano del pecado, la culpa y el castigo. Almas sepultadas por el lodo de la hipocresía y la doble moral. Pieles tatuadas a fuego por la indecencia. Hiel en los labios y sueños de légamo.

En Hijos del pecado se aprecia un planteamiento diferente en cuanto a estructura temporal, puesto que prescinde de la secuencia cronológica de acontecimientos o del flashback y nos los presenta cual piezas de un rompecabezas que el lector deberá ir colocando en su lugar correspondiente para obtener la panorámica completa de una historia en la que la realidad se disfraza de verdades inventadas.  La forma de narrar de la autora es verdaderamente magnífica (o a mí me lo parece), combinando el lenguaje común de gentes sencillas con una prosa intensa que a menudo roza lo poético. A este respecto, podría citar la forma en que varios de los personajes se refieren eufemísticamente al retraso mental de Vicente. Por ejemplo, en la página 30, la abuela Concha lo define como una criatura «con esa mente de alambrada en la que se enredan las ideas». También podría referirme a la escena cuando una Concha adolescente se mira al espejo en la página 42:«frente al espejo de la palangana que proyectaba su imagen a retazos, bosquejos de un cuerpo en espiral, zigzagueante, como látigo que trina con furia de tempestades». Me dejaría en el tintero sus «pasos de hospicio», sus «dientes temerosos» o sus «lenguas de ventisca», pero es imposible consignar todo lo que me ha parecido maravilloso sin que esta entrada se haga eterna. Os invito a leerla y a disfrutarla tanto como lo he hecho yo. 

martes, 7 de septiembre de 2021

Cuadernos de tierra, de Manuel Moyano

Cuando una madrugada de agosto me alejé de casa caminando por la orilla de cierto río, con intención de llegar hasta su nacimiento en las remotas montañas, no se me pasó por la cabeza que también estaba empezando a escribir un libro.

Así comienza Manuel Moyano su última obra publicada, Cuadernos de Tierra (Menoscuarto, 2020), donde nos relata de forma soberbia las rutas a pie que realizó durante un lustro por diversos parajes del sureste español. Movido por un impulso de soltar el lastre de la vida cotidiana y alcanzar, en sus propias palabras, «un estado mental impreciso», Moyano se echa a los caminos portando únicamente alguna muda, un par de mantas, botellas de agua y la cartera (amén de algún cuaderno cuyas anotaciones fueron el germen de esta obra). Remonta y desciende el curso del Segura, sigue también el trazado del Mula o del Vinalopó, o se adentra en pueblos remotos de las sierras de Albacete (alguno de ellos, por su nombre, podría pasar perfectamente por aldea gala). Pernocta al raso en muchas ocasiones; camina bajo soles crueles de agosto, indiferentes al sufrimiento humano; se baña desnudo en ríos, embalses o en acequias; se alimenta en tabernas o bares que el azar le va cruzando en el camino. A cada paso se aleja de su yo burgués y se reencuentra con su yo primitivo. Salvaje y libre. A veces en condiciones tan deplorables que se le confunde con un vagabundo. Por la pura cabezonería de hacerlo.

En Cuadernos de tierra, la pluma perfecta de Moyano nos dibuja paisajes y experiencias sin filtro. Salen directamente de sus ojos o de su piel y llegan a nosotros sin trucos de artificio. Como lo ve, lo describe; como lo siente, lo expresa. Vuelve a deleitarnos con su mirada de ave rapaz y su forma tan característica de observar y contarnos el mundo. La orografía, flora y fauna de los lugares que recorre pasan ante nuestros ojos como en un documental, complementadas con los usos, costumbres y las gentes de las poblaciones que visita.
Saboreamos de su boca el vino con gaseosa y las carnes que a menudo le sirven de combustible. Casi podemos oler su sudor y sentir su dolor de pies.

Sin embargo, en las páginas de Cuadernos de tierra, el autor no se limita a la descripción geográfica, biológica o antropológica. Manuel Moyano es un experto cazador de historias, un maestro de la peripecia narrativa certero y generoso: olfatea las historias interesantes que se le ponen delante, las rumia durante un tiempo y vuelve al origen a buscar las fuentes que le revelen los entresijos de tramas que parecen ficcionales pero no lo son. Encontraremos así, en cursiva, intercaladas entre ruta y ruta,  la historia de un asesino en serie que cruzó Europa sembrando su camino de cadáveres (y guardándose de paso algún souvenir) para ser detenido casi por casualidad en un pueblecito; o la de un ajusticiamento que, al parecer, de justo tuvo poco; o la de una guarida de nazis en costas levantinas. Y todo narrado como solo él podría hacerlo. Una auténtica delicia literaria, para variar. 

viernes, 3 de septiembre de 2021

Fuego eterno, de Cosmin F. Stircescu


En líneas generales, dentro de la literatura fantástica, y salvo un puñado de excepciones, la figura del orco se esboza siempre como un mal necesario para el desarrollo de la trama. Los orcos son el enemigo por excelencia de todas las razas en la fantasía épica. Bestias bárbaras, estéticamente poco agraciadas, crueles y sin un gramo de alma, constituyen el contrapunto perfecto a la belleza, la hidalguía y la nobleza de los héroes. Pero, ¿qué ocurre si eliminamos de la ecuación la dialéctica entre el bien y el mal y convertimos a un orco en el personaje central de una novela? Pues el resultado es Fuego eterno, de Cosmin F. Stircescu, publicada por la almeriense Ediciones Arcanas en 2017.

Rough, el personaje principal de Fuego eterno, es un orco mestizo, nacido de la unión entre un macho orco de sangre pura y una hembra de trasgo de las arenas. Su mestizaje es al tiempo una maldición y una bendición. Por un lado, le sitúa en el escalafón más bajo de la sociedad orca; por otro, le concede la gracia de la magia elemental. Es perseverante y concienzudo y, contra todo pronóstico, alcanza el grado de chamán supremo de la corte. Sin embargo, Rough aspira a la corona y, cuando está a punto de conseguirla por medio de malas artes, es traicionado por el que creía su más fiel aliado. Entonces comenzará la historia de su huida y el nacimiento de una sed de venganza que gobernará sus pasos a partir de ese momento. Inteligencia, constancia y magia oscura serán sus compañeros inseparables en un viaje a las antípodas de la redención.

Con Fuego Eterno, novela ambientada en el mundo de Erodhar unos quinientos años antes de lo acontecido en La vara de Argoroth, Cosmin F. Stircescu vuelve a demostrar su solvencia en el terreno de la fantasía épica. Su prosa es sencilla y directa, y al mismo tiempo cuidada. Combina de manera acertadísima las dos líneas temporales imprimiendo a la narración un ritmo ágil y ameno. Y, además, se aleja del maniqueísmo creando a Rough como un personaje maquiavélico, polifacético y con un millar de matices interesantes.

Si os gusta la fantasía épica, ya sabéis: a disfrutar.